Literalmente. Miedo al vacío. ¿A la Nada? No.
Miedo a perturbar la Nada, romperla, inmiscuirse en ella y osar turbar la fragilidad de su esencia, irrumpir en la idea y subyugarla a lo concreto del Algo.
¿Qué?
Ese Algo repulsivo, sí, asqueroso y fangoso en tanto objetivable que es, en tanto cosa.
El temor a la hoja de papel en blanco, el temor a romper un mágico silencio, a repasar un trazo imaginario, a no decir nada y a decir algo.
Es el enemigo de todo artista y hace presa de los tímidos y los aficionados, silencia a muchos y los acecha, les obliga a sentir como cada pensamiento es devorado por la limpieza de la hoja de papel en blanco.
Los dedos se paralizan tras dos párrafos, y las palabras se hacen densas, difíciles de digerir, el sentido del texto se diluye como la miel. Toda luz se apaga y se queda uno a solas con la página en blanco.
Por supuesto se cobra bajas, sí, ella, inconsciente y obstinada en su empeño de permanecer impoluta, no conoce el triste sino que le depara la Frustración. La pluma rasga el papel y la tinta deja eco de su estocada.
Demasiado tiempo sin la liberación de plasmar los pensamientos, convertirlos en algo sólido y arrojarlos lejos, soltar lastre... La Nada los diluye, los convierte en líquidos que se alejan reptando hasta tornarse gases que se escapan de tu vista.
La Creatividad trata de persistir, pero la Nada le recuerda su futilidad, amparada por el Horror Vacui.
La fórmula bien podría ser una suerte de Barroco, hacer que toda imagen se desborde, rebose, que todo texto se presente henchido, que la Nada no quepa. Más bien, constreñir tanto el perímetro en el que puede aparecer tal que su presencia pase inadvertida.
Es difícil luchar contra la Nada, es difícil convivir con ella y tenerla presente. Uno puede acabar pasando por existencialista y convertirse en un Sartre, sólo que éste con su Nausea.
Da igual.
Es complicado.
Es Nada.
Cadáver sobre cadáver
Cadáver sobre cadáver, hueso a hueso que, como decía Quevedo, somos una montaña de muertos.
viernes, 1 de septiembre de 2017
miércoles, 15 de junio de 2016
De cómo afrontar el olvido del ser.
§1. El olvido del ser.
"And indeed the question which
was raised of old is raised now and always, and is always the subject of doubt,
viz., what being is, is just the question, what is substance? For it is this
that some assert to be one, others more than one, and that some assert to be
limited in number, others unlimited. And so we also must consider chiefly and
primarily and almost exclusively what that is which is in this sense."[1]
La cuestión del olvido del ser es
algo que no pasa desapercibido al profundizar en el pensamiento filosófico
contemporáneo. Este problema, claramente advertido por Heidegger, tendría su
origen en la filosofía posterior a la de Aristóteles, aunque bien podría
percibirse en algunos filósofos anteriores, Platón, por ejemplo al priorizar el
eidos frente a lo aparente, es decir, lo que se da y se muestra de suyo, no
está haciendo más que “cosificar” dicho ente al adscribirle a una determinada
idea, inmutable e invariable, alojada en una suerte de esfera supraterrenal. En
el momento en que al referirnos a las cosas utilizamos un lenguaje que dice
como estas deberían ser, en función a una idea normativa, dejamos de referirnos
a las cosas en tanto que son y cómo estas se nos muestran. Es decir, deja de
ser un modo de relación con las cosas, una relación descriptiva y abierta, que
permite la entrada del devenir, y pasa a ser una cosificación y apropiación de
la situación en la que nos encontramos, mediante el uso de la palabra.
Al obstruirse la vía de escucha al
ser, debido al auge de la técnica moderna, lo cual conlleva el abandono del
ser, nos encontramos en una situación de precariedad.
Este olvido del ser no sólo afecta
al ser-de-lo-ente, sino que nos afecta de lleno, como seres que somos. No sólo se piensa en lo dado como cosas sino que
se cosifica al ser que realiza el mismo acto de pensar. Utilizamos, de este
modo, el lenguaje para desenvolvernos en el ámbito de lo inmediato, en nuestra
vida cotidiana, pero no llegamos a expresar con él la cotidianidad de esta
vida, todo lo contrario, este uso que realizamos del lenguaje deja ver, como
telón de fondo sobre el que está articulado, una impersonalidad. Este lenguaje nos es dado en nuestra educación, nos
apropiamos de él, pero mediante su uso –propio– hacemos efectiva la impropiedad
del mismo.
De este modo de desenvolverse en lo
mundano extraemos de la idea a la que se adscribe el objeto que va a ser
mencionado el modo de referirnos a él para lograr “traspasar” esta idea al
receptor de la misma. Mencionando yo un martillo mi interlocutor puede,
perfectamente, hacerse una imagen mental de un martillo, consiguiendo así el
objetivo hacia el cual apuntaba y por el cual me he referido al martillo.
Pongamos por ejemplo que lo necesitase para realizar alguna tarea o arreglo.
Esto es posible debido a que las dos personas que en este caso intervienen en
la conversación comparten una cierta esfera, la del lenguaje, que, en realidad,
no pertenece a ninguno de los dos, sino a una completamente impersonal.
Esta impersonalidad no está regida
por una figura de la que emane, sino por la emanación simultánea de todas las
figuras que en ella participan, dicho de otro modo: el ser humano, mediante el
lenguaje, participa y se desenvuelve en la impropiedad misma de este lenguaje
que utiliza. De este modo el mismo lenguaje se sustenta en el ser-dicho (o
escrito), el lenguaje emana de estos individuos y estos individuos se
desenvuelven en este mismo simultáneamente. Sin embargo, a todos les es
impropio.
§2. Ser-en-el-mundo
El ser, siendo, se encuentra en un
continuo desenvolverse y devenir dentro de un lenguaje, de ahí su condición de
arrojado o eyectado, dado que dicha condición implica un movimiento constante
en este desenvolverse, ya no sólo a nivel físico, con el mundo, sino también al
nivel del lenguaje. Debido a esta condición del ser está claro el error de
catalogarlo como un ente que no se desarrolla, ni se desenvuelve participando,
dentro de un mundo, o un lenguaje. El ser no permanece, no se encuentra,
podemos ver un ejemplo similar en el principio de incertidumbre de Heisenberg,
el cual nos dice que el simple hecho de aplicar un haz de luz cualquiera a una
partícula para poder observar su velocidad y cantidad de movimiento hará que
ese haz de luz rebote contra la partícula y modifique los valores observados.
De esto se entiende que el ser se encuentra, inherente a la existencia del
individuo, pero que su visión es inalcanzable por el mero hecho de hallarse
siempre en una indeterminación, un devenir constante.
§2.1. Del ser a lo ente y de lo ente al ser.
Surge de esta incapacidad de acceso
al ser de lo ente la necesidad del uso de un lenguaje que se mueva en un
terreno “ideal”, nunca mejor dicho, al margen de todo devenir, presente en el
mundo físico y material. Al manejar un lenguaje que encuentra su eco en ese
mundo que nos es, completamente, ajeno puesto que no podemos experimentar la
ausencia del devenir, tratamos de utilizar una herramienta como propia que, sin
embargo, no lo es.
Podemos apreciar el empeño de
autores como Nietzsche por recuperar la realidad, por hacer del lenguaje una
herramienta a-propia-da, tanto a nivel de posesión como de idoneidad. Otros
autores, ya posteriores, como Heidegger, vendrán a reclamar el ser como tal, no
como ente al margen del devenir ni las vicisitudes del destino. Se reclama el
ser como se reclama algo que ha sido olvidado completamente por la Metafísica,
más que olvidado podríamos decir obviado o confundido por culpa del brillo de
accesibilidad de lo ente.
§2.2. Lo que el ser es.
Definamos, pues, lo que es el ser.
El ser no es solamente lo que ya de por sí es, debido a su carácter de abierto
el ser es aquello, no sólo que es,
sino que podría ser, podría haber sido, será y fue. El ser se encuentra atravesado por todas sus circunstancias, se
articula sobre ellas y con ellas, al mismo tiempo presenta una estructura de
carácter múltiple, el ser no es uno,
tampoco una dualidad cuerpo-alma, el
ser es la multiplicidad propia de cada individuo y cada caso. (Entiéndase aquí
caso como “situación” o “circunstancia” en la que el individuo se halla inmerso
y que, por ello, forma parte de él en ese momento)
Esta metafísica en la que aún a día
de hoy nos hallamos inmersos ha contemplado durante casi toda su historia el
ser de una forma errónea, lo cual ha generado, entre otras cosas, la pérdida de
la inter-subjetividad además de una inmersión en las frías aguas del nihilismo.
Pese a todo, no pocos son los autores que, advirtiendo este estado angustioso,
proponen medidas para la recuperación y re-estructuración de la metafísica
occidental. Propuestas que estudiaremos a continuación.
§3. Propuestas para una recuperación metafísica.
§3.1. La razón poética.
La autora María Zambrano, por
ejemplo, reconoce la importancia del lenguaje poético en la Filosofía, propone,
al igual que hicieron anteriormente Nietzsche y Heidegger, la recuperación de
la palabra poética, la metáfora, con el fin de articularla al lado de la
Filosofía y la razón, creando así una suerte de razón poética. Pudiendo hacerle
frente, de este modo a la razón ilustrada y al auge positivista del paradigma
cientificismo. Se retoma el ideal romántico de la vuelta a las humanidades y se
busca despojar a la Filosofía del vestido racionalista en el que, hasta ahora,
se encontraba encorsetada.
Este concepto intenta responder al
impasse de la modernidad filosófica. Frente al sujeto cartesiano, el yo es para la autora un auto-reconocimiento[2], -y
no un descubrimiento como para Descartes - que prueba nuestra existencia y nos
revela nuestra propia naturaleza.
Frente a una razón omnipotente
María Zambrano reconoce un abismo de irracionalidad indispensable al ejercicio
discursivo. La racionalidad moderna se ha fundado en la identidad y en la
presencia, a lo cual nuestra pensadora opone la diferencia y el reconocimiento
de “lo otro” de la razón. Al sujeto cartesiano se le opone el hombre-organismo
que se construye partiendo de «la ruina del anhelo, de la avidez, de la
esperanza originaria»[3]
Con respecto al tema de la razón
poética, de la cual no sólo tienen el mérito María Zambrano, Nietzsche y
Heidegger, sino que este afán por aunar la poesía y la filosofía podía verse
despuntar en el cielo del humanismo retórico, que alcanza su cénit durante el
Renacimiento, encarnado en figuras como la de Dante, Boccaccio, Petrarca… A
propósito, esta subdivisión de la rama humanista renacentista surge de la
figura de Ernesto Grassi, discípulo de Heidegger, el cual ante la declaración
de su maestro cuando este se define a sí mismo como anti-humanista, investiga y
re-define las raíces humanísticas para mostrarle a Heidegger que no está tan
lejos de éste. Grassi distingue en el humanismo renacentista el de tipo
antropológico-descriptivo, de carácter platónico, y el de tipo retórico que,
mediante el uso de un lenguaje poético, busca el “dejar hablar” al ser,
provocando que este se manifieste en las obras de los ya mencionados autores.
Con el fin de retomar esta búsqueda
renacentista, a la par que romántica, se propone la unión de Filosofía y
Poesía, este proyecto persigue el aunar una disciplina con carácter de
univocidad, como es la primera, con otra completamente equívoca y dependiente
de una subjetividad del individuo (tanto poeta como lector). Se busca también
el curar a la Filosofía de su incesante aspiración de universalidad mediante el
uso de un lenguaje propio del individuo, que no permite un mismo enfoque. Se
persigue una simbiosis que aleje el paradigma filosófico del camino del
cientificista, paradigmas que amenazan con colisionar desde la Ilustración.
Debe, para estos autores, re-encauzarse la Filosofía por el camino de lo vivo,
de lo real, se busca traerla de nuevo al mundo aparente, donde debe estar, en
lugar de hallarse flotando, proponiendo métodos y modos de acceso de carácter
formal y universales, más propios de la Ciencia que de esta disciplina.
De ahí la gran importancia de la
poesía, tanto para la “cura” de la Filosofía como para la expresión del ser y,
de ahí, poder facilitar el acceso a lo propio. Por ello es tan importante para
algunos filósofos la figura de los poetas y los literatos.
§3.2. La razón histórica.
Nos preguntábamos, ya con el
título, cómo abordar la cuestión del olvido del ser. Queda propuesta la razón
poética para tal fin, sin embargo, existe otra propuesta, bastante similar: la
razón histórica. Este tipo de razón pretende aunar la vida con la historia del
hombre, propuesta por Ortega, nos dice que puesto que el hombre es el creador
de su propia historia puede alcanzar a tener la verdad de ésta, al contrario
que la verdad de la Naturaleza, la cual sólo puede ser poseída por Dios. Como
creadores, como demiurgos históricos, los seres humanos podemos aspirar a la
verdad histórica. Esta verdad sólo es alcanzable mediante una orientación
filosófica que ayude a ver a ser su inmersión en unas determinadas
circunstancias, su historicidad, de ahí la importancia de dicha razón
histórica.
Analizando la conocida frase de
Ortega “yo soy yo y mis circunstancias”
podemos apreciar que la primera parte “yo soy yo” enuncia una apropiación del
ser hacia sí mismo, se reconoce como sujeto vital, vemos pues la razón vital. Se le sigue la conjunción
“y”, lo cual indica, no una añadidura, puesto que no se trata de una
enumeración, sino de una articulación, esta “y” refleja que lo uno es inherente
de lo otro, muestra que la primera parte de la frase depende, definitivamente, de
la segunda. “... mis circunstancias” como parte final determinan la razón histórica, muestran que el ser es
dependiente de esa historia en la que, mencionábamos, se encuentra inmerso
cotidianamente.
Ortega señala dos modos de ver lo
vital, el primero sería la concepción biologicista, esto es: la vida como factum, como algo hecho y ya dado. Sin
embargo sería absurdo limitarse a la vida como algo ya hecho, puesto que esta
no cesa de desplegarse para el existente en función de las posibilidades de
este mismo, el cual se desenvuelve en un marco vital y se conforma mediante su
elección entre los distintos existenciarios que esta vida, dentro de su
posibilidad, le brinda. Esto último es la vida como faciendum, como un gerundio, lo que se va haciendo, el estado de
abierto del ser, de eyecto y arrojado, de nunca-acabado, propio en-cada-caso y
siempre por terminar.
§4. La novela y la Filosofía.
Actualmente nos encontramos en un
panorama en el que si la novela desea progresar y no caer en el olvido ésta
deberá hacerlo en contra del progreso del mundo.
Podemos apreciar en parte del
pensamiento filosófico de Edmund Husserl, concretamente en la lectura de sus
conferencias en Praga y Viena, cómo el filósofo hace referencia a la identidad
europea, que es capaz de ir más allá que cualquier frontera geográfica. Esta
identidad tendría sus raíces bien ancladas en la filosofía griega de la que
nace, una filosofía nacida debido a que (al fin) la pasión por el conocimiento
se había adueñado del ser humano, surgen los primeros amantes del saber y se
abandonan gran parte de los mitos vigentes hasta le fecha, pasando a buscarse
las explicaciones reales, todas las ciencias nacen de la mano de esta filosofía
griega. Husserl decía ver una crisis en Europa, surgida a comienzos de la Edad
Moderna, el germen de ésta tendría su origen en Descartes y Galileo, cuando las
ciencias de Europa reducen el mundo a su mera exploración técnica y matemática,
es en este momento cuando las ciencias, surgidas de la mano de la filosofía,
comienzan a cobrar una mayor importancia llevando así al hombre a las
disciplinas especializadas. Conforme el hombre avanza por esas disciplinas
ocurre lo que Heidegger llama el olvido
del ser, es en este momento cuando el hombre pierde el mundo de la vida,
pasando todo a ser de carácter técnico, matemático, científico… Gris. Pasando a
desplazarse, de este modo, las disciplinas de carácter humanístico.
Pese a lo que pueda parecer a
primera vista, Descartes no es el único padre de la Edad Moderna, sino que ésta
también tiene su origen en Cervantes, el creador de la novela Europea y quien
inicia (de nuevo) verdaderamente el que será el camino de la exploración del
ser, todo lo contrario a las ciencias que nos proponen en sus métodos los
filósofos de la época, empeñados en darle la mano a la Ciencia en lugar de a la
incipiente Novela, perdiéndose en estos túneles disciplinares en pos de las
matemáticas y la técnica. Podemos realizar un recorrido por autores como
Cervantes, Balzac y Tolstoi en el apreciamos como los grandes temas
existenciales analizados por Heidegger en Ser
y Tiempo son revelados por estos autores en sus novelas, las cuales llevan
acompañando e iluminando al hombre desde sus orígenes en la Modernidad. La
única moral de la novela es el conocimiento en sí mismo, el alcance de los
hallazgos de la novela europea trasciende las propias fronteras del continente,
siendo estos hallazgos “propiedad” de la novela de Europa sin importar el
idioma en el que estos se hayan podido llevar a cabo.
§4.1. El surgimiento de la novela.
Cuando el teocentrismo ha sido
desbancado y en su lugar se impone la razón humana es cuando surge la novela
propiamente dicha, es cuando don Quijote
ve la luz. Descartes duda del mundo, afianzando la importantísima idea del
cogito, ese ego pensante se encuentra solo frente a la vastedad del cosmos.
Cervantes, por su parte, nos hace ver la increíble ambigüedad del mundo, como
lo que hasta hora se había considerado una verdad única se fragmenta, se divide
en un sinnúmero de verdades igualmente válidas. Muchas de las interpretaciones
dadas a la obra de Cervantes se basan en la postura de querer darle un valor
moral, ya sea viendo una crítica o una exaltación del idealismo confuso de su
protagonista. La sabiduría de la novela es difícil de aceptar y comprender
debido a que el ser humano no aguanta vivir en este océano de verdades
múltiples, esta pluralidad y la ausencia de un Juez Supremo, de un dios que
guíe sus pasos, le abruma. Hace sentirse al hombre insignificante e incapaz de
“comprender”, es incapaz de aceptar la relatividad en la esencia de todo lo
humano.
Tras esto comprendemos la verdadera
importancia de la novela, la brillante necesidad de aprender a movernos en su
vastedad, en su océano noetico-noemático.
§4.2. La Filosofía en la novela.
Siguiendo el recorrido
anteriormente propuesto por el mundo de la novela nos damos de bruces con
escenarios capaces de situarnos en tesituras de lo más controvertidas y
aporéticas. Vemos casos como, por ejemplo, el de los personajes de Diderot, al
comienzo de Jacques el fatalista; si
bien don Quijote tiene la vastedad de un mundo casi ilimitado ante sí y puede
retornar a su hogar cuando así lo desee, estos personajes están “atrapados” en
un espacio sin fronteras y en un tiempo sin principio ni final definido. Este
mundo exterior representado en la misma novela desaparecerá reemplazado por lo
infinito del alma. Este mundo de lo infinito del alma será reducido a la nada
con la entrada de la Historia en la vida del ser humano.
§4.3. La muerte de la novela.
Se podría contemplar a esta novela
como una moda más que verá su fin junto a la ropa envejecida de temporadas
pasadas y, quizás, a gran parte de los valores morales. ¿La novela muere? Sin
duda, es perecedera, puede sobrevivir quizás, pero se ve en muchos casos
mutilada por la censura, desgajada en fragmentos por la represión ideológica
vigente y prohibida, por completo, en otros casos. Es una muerte discreta, que
no escandaliza a nadie, simplemente sucede y no genera ningún tipo de alertas.
La novela se ve, en algunos casos, sometida por entero al poder vigente y esto
es, sin duda, peor que la muerte, al convertirse el arte de la novela en mera
propaganda de la cual dudan incluso sus autores. Si bien la novela es, en la
mayoría de los casos, un reflejo de la sociedad, también puede ser utilizada
como método propagandístico.
Kundera habla en La desprestigiada herencia de Cervantes acerca
del posible fin de la novela por agotamiento propio, como si los temas de la
novela hubieran tocado a su fin al igual que una vieja mina de carbón
completamente vacía ya del mineral. Distingue cuatro llamadas en el ámbito de
la novela, siendo estas:
La llamada del juego, donde se
menciona el Tristram Shandy de Laurence Sterne y Jacques
el fatalista de Denis
Diderot, estas novelas serían concebidas como cimas de la levedad, sin
la presión de un decorado realista ni verosímil.
La llamada del sueño, donde autores
como el propio Kafka fusionan el mundo onírico con el mundo de la realidad, una
antigua ambición de la novela perseguida durante años hasta que, finalmente,
Kafka supo alcanzarla magistralmente.
La llamada del pensamiento es en la
que la novela se colma de una inteligencia radiante, convirtiéndose en una síntesis
de intelectualidad pura sin llegar a ser filosofía, aquí intervendrán autores
como Musil y Broch.
La llamada del tiempo, aquí el
contenido de la novela no tiene por qué limitarse a un tiempo único, queda
libre el autor para jugar con las paradojas temporales, los saltos hacia
adelante y atrás, pudiendo incluso revertir el tiempo mismo.
Concluye tras estas
diferenciaciones entre las llamadas de la novela que si ésta encuentra su fin
no será por agotamiento, sino porque se encuentra en un tiempo distinto al
suyo. Si, el planeta está encontrando su unificación, este sueño humanista
finalmente parece ser capaz de llevarse a cabo, pero esto trae consigo un
enorme proceso de reducción en el que la vida del hombre queda reducida a su
función social, y su vida social se reduce a una lucha política entre dos
eternos bandos que, como dos titanes enzarzados en una pelea sin fin, hacen
añicos todo en su lucha. Para Kundera la existencia de la novela es enormemente
necesaria en esta vorágine reduccionista, la novela debe seguir guiando e
iluminando al hombre para que el olvido del ser no llegue a darse.
Surge este nuevo monstruo, más allá
de toda novela, el monstruo del exterior llamado Historia, un ser ingobernable,
impersonal y, por completo, irracional e impredecible. La novela deja a la luz
nuestra alma desnuda con todas sus preocupaciones, de ahí su verdadera
importancia.
§5. El lenguaje como morada del ser.
Heidegger enuncia “El lenguaje es la casa del ser (Die
Sprache ist das Haus des Seins) En su
morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa
morada.”[4].
Del lenguaje, sobretodo del lenguaje poético, se valora la expresión libre
mediante la metáfora y el ser capaces de transmitir, no sólo mediante lo dicho,
también con lo que no se dice o se deja entrever. Es en este “dejarse ver”
donde se transparenta ligeramente el velo que separa el ser de nuestro yo, por
llamarlo de algún modo, consciente.
Por supuesto que no podemos percatarnos de nuestro propio ser, puesto que somos
ese mismo ser, una conciencia no puede auto-percatarse de sí misma, sin embargo
si puede percatarse del acto mismo de percatarse, esto es debido al
extrañamiento que la acción produce en la conciencia, en este “yo consciente”.
§5.1. Alétheia
“To raise the question of aletheia,
of disclosure as such, is not the same as raising the question of truth. For
this reason, it was inadequate and misleading to call aletheia, in the sense of
opening, truth”[5]
Llegamos entonces a la conocida alétheia, o desvelamiento, la cual hace
referencia a aquello que no está oculto, lo evidente, lo “verdadero”. Proviene
de la palabra “verdad”, sin embargo no debe asociarse tan a la ligera con el
uso moderno de dicho término, esto es, no puede confundirse la alétheia con la veritas. En este caso el término viene a hacer referencia al
desocultamiento del ser, a diferencia de su uso en Parménides, el cual
contemplaba la alétheia como aquello
opuesto a la doxa. Esta alétheia se nos da a modo de gerundio,
para ser más precisos: no es tanto lo desvelado como el proceso de
desvelamiento, el desvelar como una acción mantenida en el tiempo y siendo
realizada continuamente.
Podemos ver, nuevamente,
reminiscencias y ecos del olvido del ser que subyacen a la problemática del
existente al hacer frente a la alétheia.
Debido al proceso de reducción eidética y cosificación que el ser ha sufrido,
se percibe lo “verdadero”, la “verdad”, como algo ya-dado, es decir: “X es verdadero, puesto que se corresponde con
lo que X es”, se concibe, pues, lo
verdadero como lo desvelado. La verdad pasa a ser víctima del lenguaje impropio
con el que nos desenvolvemos al ser hecha participio, cuando, en realidad, y
debido al continuo devenir y darse de las cosas, la “verdad” es gerundio.
Lo verdadero, por llamarlo de algún
modo, reside en ser verdadero, carece
de cualquier posible núcleo intra-eidético enterrado en su profundidad que haga
que sea verdadero, sino que depende
de ser en primera instancia. Pongamos
por ejemplo que digo “está lloviendo”, el hecho de que tal enunciado fuese algo
verdadero dependería de que el suceso, la lluvia, se estuviese dando en ese
momento. Otra cosa a tener en cuenta es la concreción, puesto que dicho
enunciado podría, al mismo tiempo, ser verdadero y perfectamente válido para
cualquier otro lugar del mundo si, por ejemplo, en Francia estuviera dándose
este fenómeno. Sin embargo, en mi cotidianidad sería una falsedad afirmar tal
cosa como la lluvia, a menos, claro está, de que fuese consciente de que en
Francia acontece y el enunciado tuviese como referencia al país galo.
Vemos como la verdad precisa de
ser, en primera instancia, no es algo dependiente de una esencia previa dada en
ningún eidos, es dependiente de un “marco” en el que desenvolverse y
desplegarse como gerundio.
[1]
Aristóteles – Libro VII, sección 1, parágrafo 1030 a.
[2]
Zambrano, María ; « La salvación del indivio en Espinosa », Los intelectuales
en el drama de España y escritos de la guerra civil, Trotta, Madrid, 1998, 59
-69
[3]
Zambrano, María, El hombre y lo divino, FCE, Máxico, 1993, p.199
[4]
Heidegger, M. – Carta sobre el humanismo.
Alianza Editorial, 2000,
Madrid.
sábado, 4 de junio de 2016
Empatiza si te atreves.
Te voy a decir cómo me siento, pero no porque quiera que
me respondas con un “lo entiendo”, o cualquier tipo de condescendencia… No, no
vas a hacer eso ¿Qué por qué? Bien, no lo vas a hacer porque te voy a decir
realmente cómo me siento. Sí, de verdad, no te voy a responder a ese ¿qué tal? Con
un “bien, bien” No, no y mil veces no. Verás, no me siento “bien”, ni mal. Me
siento…
Me siento frío, vacío y roto, me siento gris, me siento
como las gotas de lluvia que nacen de la tempestad y viven toda su existencia
en una continua caída contra el suelo, conociendo su final. ¿Qué por qué? No lo
sé, pero apuesto a que tú también te sientes o te has sentido así en algún
momento de su vida, ¿eh? ¿no? Como alguien que no siente suya su vida, que
siente que todo está determinado o que, por el contrario, el libre albedrío y
la capacidad de decidir entre infinitas opciones te abrume. Bueno, como iba
diciendo… Gris, me siento como una pulpa hueca en mi interior, como si
careciese de un fondo, propiamente, completamente lleno de nada, mi existencia
se me antoja carente de sentido, pesada y tediosa a veces, y monótonas muchas
otras.
Pero, por supuesto, también puede resultarme jovial,
puedo disfrutar como un lagarto en una piedra disfruta los primeros rayos del
sol de la mañana, puedo saborear cada instante. Y estos pueden antojárseme
vacío, puedo sentirme bien, pero eso es porque me he sentido mal también en
algún momento y, sí, me volveré a sentir igual.
Y tú puedes sentir lo mismo, seguro, pero no puedes
responderme con un “lo entiendo” o “me ocurre igual, sí, de verdad” porque, aunque
te sientas así, esto no eres tú. Por
mucho que puedas identificarte con las palabras no puedes hacerlo con mi
sentimiento, con mi experiencia, con mi visión de esto y mi sentir, no puedes
porque las palabras no son más que el canalizador. No puedes sentirme a mí ni
lo que yo siento. Cada uno es un mundo, un mar de vivencias, siente y reacciona
de un modo distinto, ya sea esto por sus vivencias, su conocimiento, su genética,
su condición histórica o todo lo que queráis añadir a esta mezcolanza. Cada uno
es uno, y no podéis decir que “lo sentís” ni que me entendéis, no, no me
entendéis a mí, entendéis lo que quiero decir, no sentís lo que yo, ni yo lo
que vosotros. Y, sin embargo, ninguno de vosotros tiene más derecho que yo en
su visión del mundo, no, ninguno tenemos más razón, cada uno tiene la razón de
SU mundo, no de EL mundo.
Y, también sin embargo, intentáis imponerme matematizaciones,
morales, métodos, teorías, ideas y paradigmas, intentáis implantarme verdades
al grito de EVIDENCIA o PALABRA DE DIOS o SOCIEDAD o CIENCIA, intentáis darme
razones y argumentos que no son más que una evocación, una excreción de vuestro
ser a través del lenguaje. No, no hay evidencia, ni verdad universal, no hay
razón, no hay sentido común, no son como tales, son sólo constructos, como la
sociedad, la cultura, la moral, la política, las leyes, todo, absolutamente
todo es nada. Nada más que fragmentos impuestos a todos como un convenio con
este mundo, como un pacto con sangre que firmamos al nacer.
martes, 17 de mayo de 2016
La agonía de lo complejo.
La
complejidad es el principal tinte de la vida humana, es el mar en el que
nadamos día a día, de forma incesante, un maremágnum compuesto por infinitas
partes de las que apenas vemos, y sabemos, nada. Entre los ingredientes de este
caldo de cultivo en el que, al igual que bacilos bajo la luz de un microscopio,
nadamos se encuentra la moral, la religión, la política… así como la economía,
las ciencias y el arte, además de un larguísimo etcétera.
Si bien,
como seres vivos que somos, los seres humanos estamos sometidos a un pathos no es un estado excepcional ni
mucho más diferente en esencia (con
perdón del término) del que puede sufrir un mosquito, insecto que, en
apariencia, podemos catalogar como inferior o a penas merecedor de nuestro
tiempo más que para darle un manotazo si osa importunar nuestra siesta.
¿Entonces
qué es lo que diferencia el pathos, o
esa agonía (angustia para Heidegger), entre un mosquito –o cualquier otro ser-
y un humano, un homo sapiens sapiens?
La única diferencia se haya en la complejidad de una agonía y, por tanto, en la
intensidad con la que un ser u otro la viven. Podemos decir que la complejidad
entraña un cierto vacío, en el sentido de que algo complejo está abierto a
múltiples (por no decir infinitas) posibilidades, y cuanto mayor sea la
complejidad del funcionamiento de algo –la vida del individuo en este caso-
mayor es el abanico de opciones que se presentan y, por ello, mayor es el
número de posibilidades que se descartan al elegir una de las opciones del
abanico. Al ser la vida del hombre
más compleja que la del mosquito, y ser el hombre consciente de esta
complejidad, este rechazo de posibilidades en pos de unas determinadas opciones
provocan el arrepentimiento, la angustia, lo agónico, en resumen: la pregunta
constante por el “¿Y qué habría sido si…?” Esa eterna duda, empapada de
arrepentimiento, en la que el ser humano se pregunta, tanto a nivel personal
como parte de una humanidad, un conjunto, constantemente si no está
desperdiciando su vida, si no habría sido mejor tomar otra opción. Esto nos
lleva, irremisiblemente a una agonía, a un dolor que se alimenta de un pasado,
y su correspondiente futuro, hipotético.
Esta
agonía, inherente a nuestra existencia humana, no se contenta con ser
experimentada desde el presente y mirando hacia un pasado inexistente en el que
la opción tomada es otra. Además de esto la agonía nos persigue más allá de
nuestras complejidades en cuanto a nuestra estructura cerebral se refiere. Esta
agonía de lo complejo se ha asentado en nuestro presente inmediato. Uno se
pregunta muchas veces por qué no vivimos en paz y armonía con la naturaleza,
cómo no hemos seguido viviendo, felizmente, como animales que tan sólo tienen
dos preocupaciones, a saber: comer y no ser comidos. Y muchas veces uno se
engaña a sí mismo (O quizás sea realmente la sociedad quien condiciona y enseña
al individuo para que este engaño propio sea propicio) pensando que realmente
hemos evolucionado como especie, que nuestras necesidades se han vuelto –puesto
que somos superiores- más exquisitas y complejas. Esto es un error, ¿se han
vuelto más complejas? Sí y no, ahora lo retomaremos. Pero desde luego,
respondiendo a la pregunta de si son, ciertamente, más exquisitas… la repuesta
es un rotundo ¡No!
Realmente
podemos decir que se han vuelto más complejas en el sentido de que estas dos
necesidades “comer” y “evitar ser comido” se han ramificado, como si de las
ramas de un enorme árbol se tratasen, y se han convertido en un sinnúmero de
necesidades que –y aquí entra la parte en la que vemos que no se han vuelto en
realidad más complejas- vienen a significar lo mismo. Como ejemplo tenemos que
el pagar la hipoteca, el agua, la luz, el gas, la alimentación (tanto de uno
mismo como de los suyos), la educación, el tener que estudiar, buscar un trabajo,
etc… Entrarían en la categoría de “comer”. Mientras que, por ejemplo,
necesidades como estar al día en cuestiones de moda, arte, música, cine,
ascender en el trabajo, ser el mejor en los estudios y, en resumidas cuentas,
destacar entran en “evitar ser comido”. Es curioso cómo al ir evolucionando
esta frontera, la línea divisoria e imaginaria, entre dos cosas tan distintas y
perfectamente claras como son “comer” y “evitar ser comido” se ha ido
difuminando y diluyendo, al igual que cristales de sal en el agua, hasta ser
una línea que difícilmente puede discernirse sin cierto esfuerzo.
Como
vemos nosotros mismos nos hemos condenado a esta agonía al volver nuestra vida
cada vez más compleja. Sin duda podemos culpar al sistema, tanto a nivel
político como religioso, económico o social, o cualquiera de sus facetas, pero
los verdaderos causantes de la agonía en la que nadamos, como peces en aguas
estancadas y llenas de veneno, muchas veces ajenos a esta complejidad en la que
estamos sumergidos, somos nosotros, nosotros somos los culpables de nuestro
propio dolor, nuestra agonía, nuestra nausea, de este abismo, de nuestro vacío
y de nuestro nihilismo. Si bien hemos sido artífices de todos estos constructos
humanos, inexistentes a priori, como la moral, la fe, la ética, y una lista de
no acabar, también hemos forjado, junto con ellos, nuestra propia amargura.
lunes, 4 de abril de 2016
Canibalismo ritual.
Antes de adentrarnos en
el canibalismo de tipo ritual conviene dar una definición de lo que es
propiamente el canibalismo y los tipos que se distinguen, que no son pocos.
El canibalismo es la
acción, o costumbre, humana de comer carne de individuos pertenecientes a su
misma especie, esto puede ser de forma individual o colectiva. Muchas veces se
ha asociado con la antropofagia, que bien puede ser un sinónimo si se refiere a
la antropofagia por parte de humanos o también, en este caso, es aplicable a
todo ser vivo que coma tejidos humanos, excluyendo la sangre puesto que esto
sería hematofagia.
Aclarado ya el concepto
de canibalismo veamos qué tipos se distinguen dentro del mismo: en primer lugar
tenemos el canibalismo de supervivencia, en este caso el tabú moral establecido
por la sociedad occidental puede eludirse más fácilmente, puesto que este
canibalismo se realizaría como último recurso para sobrevivir a situaciones extremas.
Distinguimos también el canibalismo prehistórico, este se habría dado de forma
previa a toda construcción moral, antes de que el concepto de “hombre” se
definiera por completo, en este caso los individuos de distintas tribus nómadas
no se percibían entre sí como iguales, sino como animales, por ello no es de
extrañar que, por ejemplo, neandertales pudieran formar parte de la dieta de
otros neandertales. Llegamos al tercer tipo, el canibalismo guerrero, el cual
tiene muchas similitudes con el canibalismo ritual, por no decir que este
último es una consecuencia del primero, los guerreros vencedores en la batalla
ingerían la carne de los caídos, en una primera instancia con el fin de evitar
el desaprovechamiento de la carne y con el paso del tiempo diversas
connotaciones de tipo místico y espiritual irían entrando en juego, por ejemplo
el devorar los músculos del enemigo para fortalecerse uno mismo o el honrar a
los muertos, caídos en batalla o no, devorando su cadáver. Finalmente
distinguimos el canibalismo patológico, el cual ha llegado hasta nuestros días,
aquí incluiríamos a todos los individuos que, aun siendo parte de la sociedad,
no acatan sus normas establecidas ni el tabú de comer carne humana,
distinguiríamos aquí a los psicópatas o a los asesinos en serie por un lado y,
por otro, a aquellos que simplemente comen carne humana sin la necesidad de
matar a nadie, estos serían necrófagos. Pero, finalmente, nos centraremos en el
canibalismo ritual, puesto que este es el objetivo del trabajo, el cual hunde
firmemente sus raíces en el canibalismo prehistórico y guerrero.
En la noche de los
tiempos el ser humano, o lo que era entonces el ser humano, vagaba por el
mundo, errático desde que se puso en pie por primera vez, es entonces cuando se
constituyen las primeras tribus nómadas nacidas de la necesidad de protección
de los individuos, nacidas también de la necesidad de algo muy primario: la
supervivencia. Todo esto es anterior al lenguaje, anterior a los conceptos, por
tanto la idea de “hombre” estaba aún por constituir, el ser humano veía como
semejantes a los miembros de su propia familia, o tribu, pero el resto de
tribus se le hacían ajenas a sí mismo, no tenía ningún lazo con ellas y podía,
perfectamente y sin remordimientos, devorar el cadáver de un caído, ya fuera de
su tribu – pese a percibirlos como semejantes- o de cualquier otra.
Distinguimos aquí el exocanibalismo y
el endocanibalismo, el devorar la
carne de enemigos o cualquiera ajeno a la comunidad o el ingerir a los
familiares o personas pertenecientes a la tribu. Hay que tener en cuenta que
todo esto es anterior a toda moral tal y como la conocemos actualmente.
Gracias a numerosos
estudios ha quedado perfectamente demostrado que, en algún momento, el ser
humano fue caníbal, por mencionar algunos estudios de los más importantes
tenemos el descubrimiento realizado en la cueva de Moula-Guercy, cercana al río
Ródano en Francia, aquí un equipo arqueológico descubrieron una notable
cantidad de huesos humanos pertenecientes a el Hombre de Neanderthal junto a
restos de ciervos prehistóricos, la antigüedad, se estima, era de entre 120.000
y 100.000 años. La posición de los huesos fue debidamente cartografiada, se
tomaron notas de las herramientas de piedra presente, de las capas de
sedimentos y los restos animales. Los huesos de neandertal provenían de unos
seis individuos, todos los cráneos presentaban signos de haber sido fracturados
postmortem, también presentaban
marcas de descarnamiento, algunos cortes presentes en las articulaciones del
pie, codos y tobillos demostraban que, intencionalmente, los tendones flexores
de los dedos de los pies y el bíceps, además del tendón de Aquiles, habían sido
seccionados. El uno de los casos la lengua fue cortada y en dos de los
cadáveres más jóvenes en vida el músculo temporal había sido separado
intencionadamente del cráneo. Los tipos de cortes y fracturas que podían
apreciarse en los huesos de los ciervos indicaban que estos habían sido
tratados del mismo modo. Para Defleur, el coordinador de los arqueólogos franceses
y norteamericanos que hicieron el hallazgo, esta era una prueba concluyente de
que los neandertales practicaron el canibalismo. Este Hombre de Neanderthal
incomodó a la comunidad científica durante mucho tiempo, no sólo por su aspecto
un tanto siniestro para los cánones occidentales, sino también debido a la
antropofagia que, más tarde, se descubrió que practicaba. Se pensaba hasta hace
no mucho que, debido a su incapacidad para hablar, la especie se había
extinguido sin más, pero estudios recientes demuestran que poseemos, al menos,
un 5% de material genético proveniente de estos neandertales, dando por falsa
la hipótesis de que se extinguieron ya que, en realidad, se cruzaron con
nuestros antepasados.
Otro de los casos en
los que se demuestra que, en algún momento, todos fuimos caníbales se debe al
descubrimiento realizado por John Collinge en 2003. Poniéndonos en
antecedentes. Tras la II Guerra Mundial, Papúa Nueva Guinea se convirtió en una
colonia australiana, el gobierno trató entonces de poner fin al sinnúmero de
guerras tribales que tenían lugar allí, uno de los agentes destinados en esta
misión pudo apreciar cómo la tribu fore era presa de una extraña enfermedad a
la que denominaban kuru, esta
enfermedad afectaba principalmente a las mujeres adultas en una proporción de 8
a 1 y los varones de la tribu parecían ser inmunes. Estudios posteriores
realizados por Collinge demostraron que esta enfermedad era causada por
priones, de forma similar a la conocida enfermedad
de las vacas locas, y se transmitía de la siguiente manera: Las proteínas
causantes de la enfermedad se alojaban en el cerebro, allí se dividían y
esparcían, cuando este cerebro era ingerido las proteínas pasaban al nuevo
huésped e iniciaban la tarea de “bombardear” el cerebro de este, provocando
entre otros síntomas temblores, una risa incontrolable y, finalmente, la
muerte. Se descubrió que esta tribu había adoptado costumbres caníbales debido
a su contacto con otras tribus de la región y entre esas costumbres estaba el
devorar a los difuntos. Pero ¿por qué entonces afectaba sólo a las mujeres?
Bien, era tradición que los hombres devorasen los músculos –y en algunos casos
el corazón- con la creencia de que esto aumentaría su masa muscular y su valor,
en cambio las mujeres comían el cerebro, donde estos priones se alojaban,
pasando a infectarse finalmente con la proteína en cuestión. Finalmente
Collinge estudió en 2003 a algunas de las mujeres fore que, pese a haber
participado en estos ritos funerarios, habían sido inmunes a la infección y descubrió
algo bastante interesante, estas mujeres poseían en su ADN genes que
codificaban versiones mutadas de esta proteína, conocida como PrPc, esta
mutación denominada M129V las hacía resistentes al contagio de los priones. En
otras poblaciones como la japonesa y otras situadas en el Este asiático se
descubrió otra mutación denominada E219K que tenía el mismo efecto de
“blindaje” frente a este tipo de priones. Finalmente 2000 personas fueron
analizadas como representación de toda la población mundial y se descubrió que,
al menos, el 63% presentaba una de estas dos mutaciones protectoras, el equipo
de Collinge llegó finalmente a la conclusión de que estas mutaciones tenían una
edad de 500.000 años y que habían sido transmitidas de generación en generación
como resultado del proceso de selección natural. Esto vino a confirmar la idea
ya desarrollada por diversos arqueólogos y confirmada por numerosos hallazgos
paleontológicos, en un pasado todos los seres humanos fuimos caníbales.
Volvamos a esa noche de
los tiempos, a los albores de la humanidad, estos seres prehistóricos concebían
el canibalismo como algo tan natural como engullir una pieza de fruta, la carne
humana constituía una parte más de su dieta. Poco a poco fue calando un cierto
sentimiento de espiritualidad, aparecen las figuras de los chamanes, comienzan
las representaciones pictóricas en las cuevas, podemos decir que, en cierto
modo, la cultura entra en escena. Entonces se desarrolla la magia simpatética, surge la creencia de que lo
semejante atrae a lo semejante, las pinturas tenían como objetivo atrapar la esencia de esos animales que aparecían
representados, surgen los fetiches, los tótems, el arte nace como una suerte de
hechicería. Los chamanes surgen como canalizadores de un cierto poder otorgado
por los espíritus, también son, a su vez, intermediarios entre estos y el mundo
material, de ellos nacen los rituales mediante los cuales se pretendía mejorar
la caza, atraer a los animales o incitarlos a que se reproduzcan, proteger a
los guerreros de la tribu, etcétera. Nace la inquietud por la vida más allá de
la muerte y surgen los enterramientos o rituales mortuorios que tenían como fin
facilitarle esa vida al difunto o, en el caso de algunas culturas, impedir que
este volviera de entre los muertos.
Algunas tribus
asimilaron y mantuvieron que el mejor lugar de reposo para un ser querido era
lo más querido para ellos mismos, esto es: su cuerpo. Otras tribus lo
concibieron como una forma de respeto al difunto, con el objetivo de evitar que
su carne fuera devorada por los gusanos o se terminara descomponiendo bajo
tierra. Otros pensaban que realmente así adquirirían las cualidades del caído e
irían volviéndose cada vez más fuertes. Como podemos apreciar las creencias son
variadas y todas llevan a la misma conclusión, a la ingesta del difunto, todo
esto, sin duda, proviene de una necesidad anterior en la que se percibía el
cadáver igual que se percibía el cuerpo sin vida de cualquier otro animal,
simplemente ahora se le ha dado un matiz y unas connotaciones de carácter
mágico-ritual.
La figura de este
chamán o mago varía notablemente dependiendo de la tribu en cuestión, a
diferencia del sacerdote que vendrá mucho después, este mago no se postra ante
ninguna deidad o poder superior, reconoce que en la naturaleza un hecho sigue a
otro y siempre y cuando se atenga a las normas de esta misma y ejecute
correctamente su arte podrá hacer que la balanza de esta naturaleza se incline
a su favor.
Surge la agricultura y
el ser humano pasa de ser nómada a ser sedentario, se establecen y forman las
primeras aldeas, las comunidades crecen y son más estables. Es entonces cuando
el agricultor comienza a apreciar cómo una especia de fuerzas ocultas rigen
esta naturaleza, las semillas descienden a las entrañas de la tierra y de ella
surgen las plantas que después nutrirán a la comunidad, el cazador también
puede apreciar esta especie de fuerzas que dictaminan la reproducción de los
animales y el comportamiento de los mismos. Es entonces cuando comienza a
surgir el culto a la Diosa Madre al irse personificando estas fuerzas ocultas,
hasta ahora indiferenciadas. Con el fin de propiciar las lluvias, mejorar las
cosechas, incrementar el número de nacimientos entre los animales, una vez se
introduce la cría de estos, surgen ciertos rituales en forma de ofrendas. Esta
magia ceremonial pasaría a buscar el beneplácito de las deidades o los
espíritus que rigen estas fuerzas ocultas y mueven la naturaleza. Entonces los
magos pasan a ser sacerdotes, intermediarios entre los dioses y humanos, ellos
dictaminaban que los primeros frutos no debían ser recogidos, o que el primer
cordero debía ser sacrificado, las primeras semillas quemadas, etcétera, como
una forma de ofrendar a las deidades o espíritus responsables del
funcionamiento de la naturaleza.
Pero el temor a
posibles castigos por parte de estas divinidades o espíritus llega a inducir al
hombre a realizar sacrificios humanos con el pensamiento de que para estas
deidades ninguna víctima sería más apreciada que sus propios hijos, ya que como
humanos seríamos –según su pensamiento- productos de estas divinidades
creadoras. Estos sacrificios humanos serán más frecuentes en las culturas de la
Antigüedad. Estos sacrificios humanos llegarían incluso a tener tintes de
canibalismo, como es en el caso de las civilizaciones precolombinas, donde la
principal “fuente de alimento” de los dioses aztecas se veía constituida,
principalmente, por prisioneros de guerra, los cuales aceptaban su destino de
ser ofrendados a los dioses, estos presos ascendían por los escalones de las
pirámides hasta llegar finalmente a los templos, allí eran aferrados por cuatro
sacerdotes, colocados de forma en que quedasen situados boca arriba sobre el
altar de piedra donde eran abiertos con una incisión, a golpe de cuchillo
ritual, de un lado a otro del pecho por un quinto sacerdote. Entonces este corazón
de la víctima era arrancado y quemado como una ofrenda a los dioses. El cuerpo
bajaba entonces rodando a lo largo de los escalones de la pirámide y al llegar
finalmente abajo su cuerpo era preparado y servido a modo de banquete entre
todos los asistentes a la ceremonia, reservándose los que eran considerados
como mejores pedazos para los líderes.
Mencionaba antes el
canibalismo guerrero como uno de los posibles precursores de este canibalismo
ritual, pero antes de proseguir veamos la definición clara de ritual.
“Un
ritual está compuesto por una serie de acciones, actitudes, emparentadas, marcadas
o signadas por algún valor simbólico y que generalmente encuentran un sentido o
razón de ser en el contexto de una religión o la tradición de alguna
comunidad.”
Ahora veamos qué es un
rito.
“Conjunto
de prácticas establecidas que regulan en cada religión el culto y las
ceremonias religiosas” o “Costumbre o acto que se repite siempre de forma invariable.”
El hecho de que los
guerreros de las tribus devoren a sus enemigos caídos en combate ya constituye
en sí mismo un rito, ya que es algo que se repite de forma invariable, al ser
esto algo establecido como una tradición de una determinada cultura encontramos
que el acto de comerse a sus adversarios constituye en sí mismo un cierto
ritual, solo que este aparece, en un inicio, desprovisto de esa espiritualidad
que lo caracteriza.
El acto de devorar a
los caídos puede verse como una muestra de respeto o, por el contrario, como
una demostración de la superioridad del vencedor sobre el vencido que sería
humillado de esta manera. Para los griegos el acto de comerse a un ser humano
era del todo execrable, puesto que se le negaba a este la posibilidad de ser
enterrado de forma digna y quedaba reducido a un mero pedazo de carne a merced
del apetito del vencedor. Sin embargo, para otras culturas, el devorar al caído
en combate, o ciertas partes del mismo, era considerado una muestra de respeto.
En ciertas tradiciones se pensaba que en el corazón residía el valor, en otras
se creía que la sabiduría residía en el ojo izquierdo o en el cerebro, en
cambio otras tribus o tradiciones devoraban las manos pensando que en ellas se
encontraba la habilidad. Se concebía este acto de canibalismo como una forma de
interiorizar al muerto y hacer que este, o al menos cierta parte del mismo,
pasara a formar parte del comensal, es por esto por lo que en muchos ritos de
carácter funerario el muerto era incinerado, molido, y sus cenizas eran
vertidas en ciertos líquidos que pasaban a ser bebidos por los asistentes al
funeral, de este modo se honraba la memoria del muerto haciendo que este pasara
a ser parte de uno.
Sin embargo para las
tradiciones occidentales este acto de antropofagia se considera algo execrable,
en cierto modo debido a la importancia que el Cristianismo ha dado siempre al
cuerpo ya que según la antigua creencia algún día este resucitará y volverá de
nuevo a la vida, por ello es importante el preservarlo, esto excluye la
incineración y, por supuesto, el canibalismo.
Lejos de quedarse en la
prehistoria estos rituales han logrado mantenerse durante bastante tiempo, no
sólo en las civilizaciones precolombinas, también en el marco de la brujería
europea. Son muchos los rituales en los que se incluye la ingesta de carne,
cenizas o sangre humana y todos estos fueron firmemente perseguidos y
erradicados por la Inquisición, desde siempre se ha pensado que la sangre,
concretamente, es el principio de toda vida y que, como tal, posee ciertas
propiedades espirituales o mágicas. Para algunas tradiciones es en la sangre
donde reside el alma, se ve esto también en el mito del vampiro, el cual
ingería la sangre de sus víctimas y, con ella, parte de su esencia. Los
sacrificios rituales fueron desapareciendo en Europa, quedando reducidos a las
prácticas de Magia Roja, los hechiceros que llevaban a cabo esta suerte de
rituales seguían ofreciendo sacrificios de carácter ritual, muchos de los
cuales incluían antropofagia o hematofagia. Estos hechiceros solían ofrecer
niños como holocausto o tributo a Satán o a un sinnúmero de demonios a los
cuales pedían favores a cambio de estos sacrificios.
Un ejemplo de estos
ritos bien podría ser el caso del mariscal francés Guilles de Rais, el cual,
ayudado por satanistas, violó y dio muerte a más de 200 niños en sus castillos
de Champtocé, Tiffauges y Machecoul. Prelatti, uno de los satanistas que le ayudó
a cometer estas atrocidades, le convenció de sacrificar a estos niños en
homenaje a un demonio llamado Barron, el cual requería como ofrenda las manos,
ojos y el corazón de un niño, a cambio de esto, supuestamente, el demonio
podría ayudarle a encontrar riquezas y tesoros ocultos al ojo humano.
En otros rituales como
los oficiados por orden de madame de Montespan se incluían elementos de
carácter caníbal como parte del mismo rito, esta marquesa temía dejar de gozar
de los favores reales, ya que era la favorita de Luis XIV y para evitar que
otra cortesana se interpusiera entre ellos llegó a contratar varias misas
negras, oficiadas por el nigromante Guibourg, un cura renegado, y la famosa
envenenadora parisnia Catherine Deshayes, también conocida como La Voisin, omitiendo partes explícitas
de ritual diré que el objetivo del mismo era elaborar una suerte de filtros de
amor con el objetivo de asegurarse los favores del monarca, estos filtros eran
elaborados con, entre otras cosas, la sangre de un niño que era degollado en el
nombre de Asmodeo y Astaroth, dicha sangre era recogida en un cáliz y, además
de ser bebida por los participantes, era después mezclada con cenizas de dudosa
procedencia y otros innobles ingredientes para elaborar estos filtros.
Finalmente los tres fueron descubiertos y tanto madame de Montespan como el
nigromante Guibourg lograron eludir la justicia para evitar que el rey se viera
envuelto en un escándalo, pero La Voisin terminó
siendo quemada viva en la hoguera.
Actualmente estas
prácticas han sido suprimidas, aunque el canibalismo ritual se sigue
manteniendo en diversas tribus perdidas y alejadas de la civilización, tribus
que permanecen al margen de nuestra moral impuesta a lo largo de siglos de
historia que nos prohíbe tanto matar a nuestros semejantes como
comérnoslos. Una imposición de estos
valores sufrieron las culturas americanas previas a la llegada de los colonos
cuando estos desembarcaron y se dedicaron a imponer sus costumbres con el
objetivo de “civilizar” a los nativos. Es comprensible el impacto que en los
conquistadores tendría el ver a los nativos devorando a sus muertos, a los
guerreros caídos en combate o a los sacrificios humanos que eran realizados en
honor a sus dioses. Según los conquistadores, el canibalismo era habitual entre
los pueblos nativos en actos religiosos y tras las escaramuzas, para lo cual,
de hecho, se llevaba sal a las batallas con el objetivo de poder salar a los
enemigos muertos, de manera que su carne durase más tiempo, así podían volver
con ella a sus poblados y repartirla entre sus familiares. Eran comunes entre
la aristocracia azteca las prácticas habituales del canibalismo en actos de
carácter religioso.
Ya hemos mencionado la
existencia del canibalismo ritual como un tipo de ofrenda a los dioses, o a los
espíritus, o también como una manera de obtener la sabiduría, la fuerza, el
coraje y el valor del guerrero enemigo vencido en combate. Como ejemplo, el
principio básico que servía como sostén de la antropofagia guaraní era, según
se ha dicho, que una persona va acumulando una cierta energía en el transcurso
de toda su existencia, y que esta energía, de algún modo, puede ser usada por
otro con el objetivo de poder expandir la conciencia. El fin, el objetivo,
vital de los guaraníes era el lograr trascender los límites de la existencia mundana,
accediendo así a lo que ellos conocían como la
tierra sin mal, un estado vital en donde una persona escapaba a todo tipo
de daño e incluso a la muerte, estaríamos hablando de una especie de supresión
del nivel físico de la existencia, algo así como una especie de ascensión de
cuerpo y alma, por decirlo de algún modo que nos resulte más cercano. En esta
tesitura, el acto de consumir la personalidad de una persona además de su
cuerpo físico, confería al comensal un cierto incremento de energía, el cual
sería imposible de conseguir de otro modo. De esta creencia surge el que los
guaraníes no se comieran a cualquiera, tan solo a los mejores o más
capacitados. Para ellos el canibalismo era parte de un camino de la perfección
o, como ellos lo llaman, aguyé.
En algunos casos se ha
utilizado lo aberrante que resulta para la sociedad civilizada esta práctica
del canibalismo como un método de propaganda con el fin de justificar ya sea la
expulsión, o persecución, de una determinada etnia o grupo religiosos, como fue
en el caso de los judíos durante el reinado de los reyes católicos o de los
cristianos en los tiempos del imperio romano, o como una vía para justificar la
colonización de determinados pueblos o tribus, como fue en el caso de las
civilizaciones precolombinas. Esto, al igual que en el caso de los cristianos,
facilitó su criminalización y persecución, llegando a crear, como consecuencia
de esto, la misión de evangelizarlos, civilizarlos y, al ser considerados inferiores
en muchos casos, facilitó el verlos como esclavos y seres inferiores puesto que
se les tachaba de inhumanos, ignorando el simple hecho de que su cultura era
diferente a la de los colonos europeos.
Vemos como el
canibalismo también está sujeto y, por tanto, depende de una determinada
cultura, ya sea en base a su prohibición o a una aceptación, tanto social como
religiosa del mismo.
Existen teorías al
respecto que buscan explicar este canibalismo, entre ellas las de Freud, estas
teorías que analizan la interpretación de estos ritos afirman que la el acto de
torturar, el sacrificio posterior y el canibalismo final se podrían apreciar
como ciertas expresiones de instintos de amor y agresividad, en distintos
grados. El canibalismo se ve como la forma fundamental y de las más primitivas
dentro de la agresividad humana debido a que supone una especie de compromiso
entre el amar a la víctima, lo cual quedaría reflejado en la ingesta de la
misma, y matarla, aquí entraría el sentimiento de frustración, es decir,
matamos a la víctima y la torturamos porque nos frustra. Este tipo de proceder
explicaría por qué las víctimas son tratadas con una enorme amabilidad antes de
iniciar su tortura, siendo agasajadas con finas prendas, banquetes, y todo tipo
de lujos de forma previa al ritual.
Queda demostrado de
este modo cómo nuestros inicios se deben al canibalismo, como nuestro
desarrollo espiritual posterior se debe al sacrificio de nuestros semejantes y
la gran importancia que el canibalismo, no sólo el ritual pese a ser el foco de
este trabajo, ha tenido desde siempre en nuestra existencia y desarrollo como
especie. Cómo la supresión y el tabú del mismo se deben a la cultura y a la
influencia del pensamiento griego en la misma. Esto explicaría el cómo puede
repugnarnos tanto el hecho de ver casos en los que un humano devora a otro, ya
sea por el motivo que sea, tan interiorizada tenemos la cultura que forma parte
de nuestra naturaleza casi por completo.
Bibliografía:
-Caníbales y Reyes,
de Marvin Harris.
-Historia natural del canibalismo, de Manuel Moros Peña.
- http://www.batanga.com/curiosidades/4709/antropofagia-historia-del-canibalismo
(Consultado el 07/03/2016)
- http://www.taringa.net/posts/ciencia-educacion/15107104/Canibalismo-Ritual-e-Inducido.html
(Consultado el 07/03/2016)
viernes, 18 de marzo de 2016
Temporalitá.
Muchas
veces nos hemos preguntado acerca del Tiempo, generalmente las preguntas se
refieren a la cantidad del mismo, cosas cómo ¿Cuánto tiempo queda para x? o ¿Cuánto
tiempo me queda de x? y, una muy curiosa, ¿Cuánto tiempo me queda/ queda para x? En esta última afirmamos
poseer esta temporalidad de la que somos dueños, aquí ya adivinamos, en nuestro
hablar cotidiano, sin tener que entrar en graves consideraciones metafísicas,
que nuestra temporalidad nos es propia, tan propia como nuestra vida.
Aquí
vemos que tenemos tiempo, nos pertenece un puñado de arena de éste gran reloj
en relación al cual vivimos. No vemos el tiempo como tal, pero podemos percibir
cómo este pasa y los efectos que tiene, al igual que ocurre con nuestra vida,
no podemos verla como tal, no accedemos a ella plenamente –puesto que no
estamos plenos hasta que todas nuestras experiencias han finalizado y morimos-,
pero sentimos su transcurrir y somos capaces de apreciar sus efectos, todos
estos “efectos secundarios de estar vivos”.
Hemos
visto que con respecto al Tiempo la pregunta más frecuente es en relación a un cuándo, pero también pueden hacerse
otras, la que le sigue en el orden de las más comunes es la del qué. ¿Qué
es el tiempo? Aquí afirmamos que el tiempo es algo susceptible de ser algo
en cierto modo tangible, dirigimos la pregunta al tiempo-mismo, lo marcamos
como objetivo con un qué y lo cosificamos
al encadenarlo a este qué. Aquí ya lo estamos tratando como cosa.
Pero
¿podemos cosificar algo así? ¿por qué cosificamos algo tan inabarcable como el
tiempo, o la vida? Es tanto nuestro miedo a algo tan grande que tratamos de
contenerlo, de delimitarlo como si de conceptos platónicos se tratare, lo
encapsulamos dentro de un perímetro, lo intraeidético,
en este caso el tiempo, sería infinito, pero un infinito contenido dentro de un
qué, dentro de un algo. La respuesta
es sencilla: Nosotros somos el tiempo, el existente es un ser temporal, su vida
depende del tiempo mismo, pero a su vez este tiempo también es dependiente de
la vida. Se "es" en un lugar, pero cuando se "es" se
"es" tiempo. Sin vida no habría tiempo, puesto que no habría seres
para medirlo, y sin tiempo no habría vida, ya que no habría una temporalidad en
la que esta pudiera suceder. Esta dependencia, como bien podemos apreciar, no
es una dependencia jerarquizante que busque ordenar o colocar un concepto sobre
otro, se trata más bien de una co-dependencia. Uno precisa del otro y
viceversa.
Vayamos
más allá, tenemos el cuánto, la
cantidad, y también tenemos el qué,
la cosa. Por tanto ya podemos jugar y tratar con “cantidades de cosas”,
cantidades de tiempos o cantidades de temporalidades, que no es lo mismo. Y
ahora ¿dónde es el tiempo? Es decir,
¿precisa éste de un lugar en el que existir como tal?
Bien, no
precisa de un espacio físico en el que poder incidir, como un rayo de sol a
través de un cristal, no necesita de una materialidad
para ejercerse a sí mismo. El tiempo transcurre de forma contable (¿Cuánto
tiempo?) pero no matematizable. Podemos definir las coordenadas x, y, z, pero
no podemos definir el tiempo, el tiempo no se encuentra en un ahí físico. En la
matemática también vemos como los números se suceden de una forma intemporal,
el 2 viene tras el 1 y antes que el 3, pero esto es sólo estructuralmente, no
tiene por qué ser temporalmente. El 3 puede darse como resultado de restar 4 a
7 y no necesariamente después de haberse dado el 2. El tiempo no necesita de un
espacio en el que proyectarse para definirse.
Cuánto, qué y dónde. ¿Cómo es, entones, el tiempo? Podemos
intuir un interrogante por el cómo este se nos da o cómo este se nos aparece,
es decir, diferenciando entre el modo de darse del mismo o la apariencia de
éste. La última podemos descartarla, puesto que el tiempo no es un ente
material, puede ser cosificado como idea, pero no materialmente.
Sólo
podemos preguntarnos por cómo este tiempo se nos da, esto ya es algo propio de
cada individuo como ya ha quedado claro que cada individuo es temporalidad, una
temporalidad tan propia como su vida, igual que la respuesta por el cómo se nos
da la vida, el cómo del darse del tiempo se responde sólo con la subjetividad,
no es algo objetivable. Cuando estoy esperando el metro esta espera puede
hacérseme eterna y, debido a factores externos como cansancio, hambre, frío,
etcétera, esta espera puede antojárseme mayor. Quizás haya pasado el mismo
tiempo, o menos, que cuando me estuve divirtiendo antes de tomarlo,
probablemente haya pasado muchísimo tiempo menos, pero esta espera se me hace
mucho más pesada que cuando estaba, no esperando al tiempo, sino viviéndolo.
Vemos que el tiempo es algo que está proyectándose constantemente hacia el
futuro y puede apreciarse volviendo la vista atrás, hacia el pasado, pero por
desgracia el presente no es muy vívido. Esto es debido a nuestra preocupación
por vivir en relación a una proyección, vivimos eyectados, arrojados hacia la
temporalidad, vivimos marcándonos metas en relación a este futuro que se nos
antoja más o menos lejano, no sólo debido a que las manecillas del reloj deban
dar más o menos vueltas para alcanzar el día deseado, sino en relación a las
ganas, a la impaciencia, porque ese día llegue.
Hagamos
inventario de lo que hemos tratado ya, en primer lugar fue el cuánto, después el qué, luego el dónde y
ahora el cómo. Podría parecer que
nuestro análisis ha concluido, pero nos falta algo quizás tan retorcido que
podría pasar por alto en un análisis no demasiado minucioso de nuestro ya
mencionado inventario de interrogantes. Así es, nos falta quizás una de las más
decisivas de todas las preguntas sobre el tiempo ¿Cuándo es el tiempo? Vaya, puede dejarnos descolocados el tratar
de acceder a lo que es la temporalidad desde la misma temporalidad, formulando
el cuándo, que ya es por sí dependiente de un tiempo, para acceder a ese
tiempo.
Nos
encontramos en arenas movedizas, podemos decir que el tiempo no precisa de un
cuándo para ser tiempo, ya que es él mismo quien se da esa temporalidad y, por
ende, no es necesaria una inter-intemporalidad entre el tiempo y la existencia,
no se precisa de una segunda temporalitá
catalizadora que permita el correcto discurrir del tiempo, como un agente
engrasante en los engranajes de un reloj. Hemos asociado el tiempo a la vida,
pero existe una salvedad entre lo que es nuestra vida y lo que es la
temporalidad, nuestra vida es finita, tiene su inicio y su final, nuestra
temporalidad también lo es, nacemos y más tarde o más temprano morimos, lo nuestro es finito, el tiempo mismo no lo
es, la vida misma no lo es. Cuando no estemos aquí nuestro tiempo y nuestra
vida habrán tocado a su fin, aquí podemos preguntarnos por cuándo vivimos,
entonces podemos responderlo: aquí.
No podemos responder a ¿cuándo es el tiempo? Porque el tiempo es siempre.
Cuando
preguntamos por el tiempo preguntamos por nosotros mismos, preguntamos cuánto nos queda, nos queda de nuestro
tiempo, nos preguntamos por qué es,
qué es nuestro tiempo, también nos interrogamos acerca de dónde es el tiempo, si es posicionable o no, acto seguido nos hemos
inquirido por cómo es este tiempo,
tiempo nuestro, por supuesto, y, finalmente, la pregunta ha sido ¿cuándo es el tiempo? Tenemos, pues, que
distinguir lo que es nuestra existencia, nuestra vida, es decir, nuestro tiempo
de lo que es el tiempo mismo, la vida misma, es decir, la existencia misma.
A modo
de reflexión final podemos deducir que el tiempo mismo es inaccesible, pero es
inaccesible porque no se encuentra en ningún lugar al que seamos capaces de
acceder, el tiempo no "está ahí", es siempre una proyección hacia el
futuro que pasa a ser un abandono en el pasado. Proyectamos tanto nuestra vida
y miramos tanto la vida que dejamos atrás que no vivimos la que ahora tenemos.
Podemos aspirar, por otra parte, a acceder al tiempo que nos pertenece, a
nuestro tiempo, nuestra vida. Podemos vivir en lugar de proyectar esta vida,
debemos ser en cuanto a acto en lugar
de en cuanto a potencia, abandonamos el presente en pos del futuro y lo
descuidamos al lamentarnos por lo pasado.
miércoles, 24 de febrero de 2016
El capitalismo vitalista y su visión desde una perspectiva de muerte en Martin Heidegger.
Como
bien hemos visto en clase existe una concepción en la filosofía de Martin
Heidegger del negocio, este negocio
se refiere a las ciencias formales – la física, la biología, las matemáticas,
etc.- ¿Por qué llamarlas el negocio?
Bien, lo que buscan estas cosas es, al contrario que cualquier filosofía que se
precie, es el acceso al qué de las
cosas, una cosificación de todo lo que se nos da, tanto de las cosas y cómo se
nos presentan como de sus posibles aplicaciones, al mercado por supuesto. Este
negocio persigue la materialidad más absoluta, lo más “práctico”, sí, pero este
pragmatismo es completamente material y está orientado al consumismo y, en
resumen, a fomentar este sistema capitalista que nos arrastra consigo.
Bien,
mencioné, hace unas pocas líneas, el pragmatismo, lo práctico. ¿A qué me
refiero con esto? Es evidente, esta visión que nos han impuesto desde siempre
(perteneciente a lo ya-interpretado y a nuestra doxa particular en forma de
prejuicios) de buscar lo rentable, esta forma de pensar es la que busca anular
el pensamiento filosófico de la enseñanza, busca fomentar las ciencias formales
que pueden dar unos frutos técnicos, visibles y a los que puede sacársele
rentabilidad económica. Básicamente es el sistema en el que vivimos, un sistema
que presume de racionalidad, pero como se dice en Fausto, de Goethe, “el ser
humano utiliza la razón para ser más bestial que toda bestia”, que podamos
ser racionales no implica que lo seamos siempre (y a veces no lo somos nunca)
pero aun así presumimos de ello y alegamos que es inherente a nuestra condición
humana.
Esta
racionalidad de la que presumimos y hacemos ondear como el estandarte de la
humanidad es la responsable de las guerras, el hambre, la pobreza, el capital,
la corrupción… Como vemos no somos tan racionales después de todo o, igual,
tenemos otro concepto de “razón” distinto que no estamos dispuestos a admitir,
quizás sea más humano el ser inhumano.
Retomemos
el hilo inicial del discurso, se mencionó en la última conferencia de La filosofía como terapia en la sociedad
actual algo a cerca de la visión del carpe
diem y el memento mori y cómo esta visión, en
apariencia vitalista y jovial que parecen un auténtico grito de “¡Sí a la vida!” no son más que constructos ideados para hacer más llevadera la
existencia en base a un horizonte vitalista y vacío, un horizonte que implica
una perspectiva de consumo exacerbado, una vorágine de capitalismo pura y dura.
¿Qué cómo es esto posible? Bien, si el negocio,
y aquí no me quedo en las ciencias formales sino que incluyo toda visión ya
impuesta, tanto filosófica como religiosa o moral, “vende” la finitud de la
vida, pero de una vida vacía y abierta a todo, “vende” también un cierto cómo, este cómo no es otro que el cómo
llenarla.
Me
explico, si tomamos como horizonte la vida estamos tomando una perspectiva que
implica un absoluto vacío, la vida nunca está llena del todo hasta que el
existente –por utilizar un lenguaje más heideggeriano- toca a su fin y abraza
la muerte. Tomando esta perspectiva vitalista que le interesa al capitalismo
trataremos de llenar nuestra vida consumiendo constantemente, como monstruos megalómanos
ansiosos de acaparar constantemente más y más, pensando que este afán
acumulativo nos traerá la felicidad, cuando lo único que hace es seguir
engrasando los mecanismos del sistema capitalista, del negocio, que no para de
retroalimentarse y auto-perpetuarse gracias a la esfera de lo impropio, de lo
ya-establecido, en la que se hunden las raíces de nuestra educación y
tradición. Es, en realidad, una condición inherente al Dasein el sentirse
vacío, pero esto no es malo, al contrario, implica que el existente es un ser
abierto, de sentirse repleto y lleno se cerraría en sí mismo y no buscaría
acceder a nada ni el ir más allá de lo que se le da. El único modo de abrazarse
a sí mismo, de encontrarse y conocerse, es transitorio y sólo puede conseguirse
aceptando nuestra propia existencia, esto es, aceptando nuestra finitud.
Sería
menos patológico aceptar un horizonte de muerte en el que proyectar nuestra
vida, por muy contradictorio que esto pueda sonar, uno no debe temer a la
muerte o comportarse como si esta nunca le fuera a sobrevenir, esto es un
error. Aquel que acumula riquezas sin fin, espoleado por el sistema
capitalista, es aquel que niega la finitud de su vida, que se cree una especie
de deidad inmortal y trascendente. Debemos proyectar nuestra vida sobre el
horizonte de la muerte puesto que esta, al contrario que la vida, está completa
y no cabe en ella más que una total certeza de que terminará llegando, no se la
debe temer, esto es lo que le interesa al negocio,
a la medicina, a la farmacología, la necesidad de prolongar la vida hasta
límites absurdos aunque esta vida prolongada no pueda llamarse vida,
propiamente, como en el caso del paciente que está en coma, conectado a una
máquina y sin ninguna posibilidad de volver en sí. Esta perspectiva engañosa y
vitalista tan sólo busca su interés particular, busca alimentarse de la agonía,
que comporta el estar vivo, de los existentes que participan en ella.
Nos
encontramos como esta perspectiva de vida no es más que un parásito, una
especie de vampiro, que se alimenta de las esperanzas vanas del ser humano por
llenar su vida, cuando estamos, en cierto modo, condenados al vacío. Esto nos
aterra, nos damos miedo a nosotros mismos, por esto mismo llevamos “máscaras”
forjadas a base de ideas preconcebidas, prejuicios, ya impuestas por nuestra
sociedad.
“El Dasein habla de sí mismo, se
ve a sí mismo de tal y tal modo, y, sin embargo, eso es sólo una máscara con la que el Dasein se cubre para no espantarse de sí mismo.
Prevención de la angustia.”[1]
“¡Piensa por
ti mismo!” “Debes creer en ti mismo.” Una y otra vez este añadido del “ti
mismo” se repite en nuestro día a día, forma parte por completo de nuestra
forma de hablar y expresarnos. El lema de la ilustración: Sapere aude,
atrévete a saber, a conocer, por ti mismo, también poseía esta carga.
Podemos
preguntarnos: ¿Dónde reside ese en-mí-mismo? ¿Qué es exactamente ese “yo”?
Sería
absurdo plantearse la existencia de ese yo-mismo si contemplamos que no somos
más que el mero resultado de nuestras circunstancias, tanto sociales como
económicas e, incluso, biológicas. Sin duda podríamos quedarnos con esto y
desechar al yo-mismo, quedando esto como una mera expresión. En este caso a la
pregunta sobre la residencia de este ser-en-sí-mismo quedaría zanjada con un: No
reside, directamente no existe siquiera.
¿Estamos,
pues, huecos en cierto modo? ¿Qué es lo que nos hace realmente especiales y
únicos como individuos? Existe, por supuesto, una respuesta de carácter
científico a esta última pregunta: la genética. Cada uno de nosotros posee un
código genético único para sí, un código irrepetible, sí, que viene
condicionado por la herencia. Es este auge científico que venimos “sufriendo”
el responsable de la pérdida de este “yo mismo”, se han perdido las esencias,
todo ha quedado reducido a la materia. No somos más que reacciones químicas,
físicas, movimiento de fluidos, impulsos eléctricos… El ser humano ha quedado
como una máquina, a un amasijo de huesos, tendones y músculos sin un fin
determinado más que moverse, desde el momento de su nacimiento, hasta la
muerte.
Se han
perdido todas las esencias, si es que existieron alguna vez, las cosas son
meras apariencias medibles, cuantificables y que se corresponden con cálculos y
fórmulas de carácter matemático empíricamente demostrables. Hemos quedado
reducidos al número. Podemos ser perfectamente predichos, somos manipulables en
forma de número, hemos perdido toda individualidad. Antes era la Ciencia quien
nos arrancaba la parte espiritual y, ahora, la sociedad nos arranca la parte
material, nos saca los huesos, nos arranca las vísceras y nos despoja de todo
nuestro interior, nos reduce a máscaras de piel huecas y, con ello, al número.
Uno ya no es un ser completo, ha perdido su “sí mismo”, después de eso tampoco
es una máquina completa, puesto que ha perdido su “corporeidad” en favor del
número.
En cierto
modo hemos pasado por una transición del “yo mismo” al “nosotros mismos”,
puesto que al ser parte del número somos parte, con ello, de la sociedad. Uno
ya no se pertenece a sí mismo, ahora es compartido por el resto de individuos y
este, a su vez, comparte a los demás individuos.
En suma:
Partimos de un individuo completo, un ser que consta de espiritualidad (que no
espíritu) y materia, esta espiritualidad se verá pulverizada por el auge de las
ciencias y del racionalismo pasando a quedar sólo la materia. Finalmente los
tiempos modernos harán que esta materialidad se pierda, casi a la par que la
espiritualidad, pasando a ser este individuo un número más, perfectamente cuantificable,
medible, sopesable, predecible y manipulable.
Hablábamos
antes del individuo hueco, vacío, ahora nos encontramos con seres hechos de
vacío, de nada. Ya no estamos ante el vacío, enorme, inabarcable, inenarrable y
aterrador, no nos encontramos ante esa inmensa vastedad inefable, ahora somos
parte de ella. ¿Cómo puede uno salir de esta situación? ¿Cómo podemos volver a
corporeizarnos, a estar completos? Buscando en nuestro interior los restos del
“yo mismo”, juntando los pedazos que la sociedad y el racionalismo no hayan
pulverizado y tratar de reunirlos de nuevo lo mejor posible. Por el contrario
también podemos recrearnos en la vastedad de este vacío, nadar en él
desprovistos de esencia y sustancia, disfrutar de esta ligereza que uno siente
cuando pierde todo rastro de sí mismo.
Tenemos que
realizar un esfuerzo y obviar el qué,
tenemos que buscar la forma de acceder al cómo
de las cosas, no podemos suspender estas en el aire y desechar toda
relación que tienen con lo que les rodea, sólo alcanzando el cómo de las cosas que nos rodean
podremos alcanzarnos a nosotros mismos, temporal y transitoriamente, siempre
así.
No
debemos temer este vacío interior, no debemos temer la angustia, tener miedo de
esto es como si temiéramos respirar o el latir de nuestro corazón, no podemos
despojarnos de esto hasta que la muerte lo haga por nosotros, es parte de
nuestra condición como existentes. Al contrario, tenemos que aceptar esto y
así, y sólo así, podremos sentirnos completos durante un momento, breve, pero
al fin y al cabo merece la pena alcanzar a rozarse a uno mismo con la punta de
los dedos.
Lo que
sí está claro es que hemos anulado el valor que tienen las cosas por sí mismas
y lo hemos sustituido por un valor económico, toda la realidad es una farsa, no
es más que el resultado de valores aceptados por convenio social y enseñados, a
golpe de dogmas y “verdades” o “empirismos”, con el fin de domesticarnos y
volvernos dóciles, con el fin de contribuir a la enajenación del individuo, a
esta alienación que la sociedad nos impone desde nuestro nacimiento, ya no sólo
en el ámbito del trabajo. El propio sistema, como si de un ente vivo se
tratase, trata de evitar el extrañamiento de los individuos que lo conforman
para mantenerse así en el tiempo. Es curioso como estos constructos, diseñados
y hechos por el ser humano, sean quienes sostienen las riendas de la humanidad.
Todo lo
que conforma la realidad no es más que oropel que trata de imitar el verdadero
valor de las cosas, pero olvidamos que lo realmente valioso no es el valor que
la sociedad impone a las cosas, lo verdaderamente importante es el valor que
cada uno le da a las cosas por sí mismo. Cada existente está abierto de suyo y
cada uno debe decidir con qué va llenando su vida, esta tarea nos corresponde a
cada uno y no podemos dejar que el sistema sea quien nos moldea a su antojo
como si fuésemos sus peones en una eterna partida de ajedrez.
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