viernes, 1 de septiembre de 2017

Horror Vacui

Literalmente. Miedo al vacío. ¿A la Nada? No.
Miedo a perturbar la Nada, romperla, inmiscuirse en ella y osar turbar la fragilidad de su esencia, irrumpir en la idea y subyugarla a lo concreto del Algo.

¿Qué?

Ese Algo repulsivo, sí, asqueroso y fangoso en tanto objetivable que es, en tanto cosa.
El temor a la hoja de papel en blanco, el temor a romper un mágico silencio, a repasar un trazo imaginario, a no decir nada y a decir algo.

Es el enemigo de todo artista y hace presa de los tímidos y los aficionados, silencia a muchos y los acecha, les obliga a sentir como cada pensamiento es devorado por la limpieza de la hoja de papel en blanco.

Los dedos se paralizan tras dos párrafos, y las palabras se hacen densas, difíciles de digerir, el sentido del texto se diluye como la miel. Toda luz se apaga y se queda uno a solas con la página en blanco.

Por supuesto se cobra bajas, sí, ella, inconsciente y obstinada en su empeño de permanecer impoluta, no conoce el triste sino que le depara la Frustración. La pluma rasga el papel y la tinta deja eco de su estocada.

Demasiado tiempo sin la liberación de plasmar los pensamientos, convertirlos en algo sólido y arrojarlos lejos, soltar lastre... La Nada los diluye, los convierte en líquidos que se alejan reptando hasta tornarse gases que se escapan de tu vista.
La Creatividad trata de persistir, pero la Nada le recuerda su futilidad, amparada por el Horror Vacui.

La fórmula bien podría ser una suerte de Barroco, hacer que toda imagen se desborde, rebose, que todo texto se presente henchido, que la Nada no quepa. Más bien, constreñir tanto el perímetro en el que puede aparecer tal que su presencia pase inadvertida.
Es difícil luchar contra la Nada, es difícil convivir con ella y tenerla presente. Uno puede acabar pasando por existencialista y convertirse en un Sartre, sólo que éste con su Nausea.

Da igual.
Es complicado.
Es Nada.

miércoles, 15 de junio de 2016

De cómo afrontar el olvido del ser.

§1. El olvido del ser.

"And indeed the question which was raised of old is raised now and always, and is always the subject of doubt, viz., what being is, is just the question, what is substance? For it is this that some assert to be one, others more than one, and that some assert to be limited in number, others unlimited. And so we also must consider chiefly and primarily and almost exclusively what that is which is in this sense."[1]
La cuestión del olvido del ser es algo que no pasa desapercibido al profundizar en el pensamiento filosófico contemporáneo. Este problema, claramente advertido por Heidegger, tendría su origen en la filosofía posterior a la de Aristóteles, aunque bien podría percibirse en algunos filósofos anteriores, Platón, por ejemplo al priorizar el eidos frente a lo aparente, es decir, lo que se da y se muestra de suyo, no está haciendo más que “cosificar” dicho ente al adscribirle a una determinada idea, inmutable e invariable, alojada en una suerte de esfera supraterrenal. En el momento en que al referirnos a las cosas utilizamos un lenguaje que dice como estas deberían ser, en función a una idea normativa, dejamos de referirnos a las cosas en tanto que son y cómo estas se nos muestran. Es decir, deja de ser un modo de relación con las cosas, una relación descriptiva y abierta, que permite la entrada del devenir, y pasa a ser una cosificación y apropiación de la situación en la que nos encontramos, mediante el uso de la palabra.
Al obstruirse la vía de escucha al ser, debido al auge de la técnica moderna, lo cual conlleva el abandono del ser, nos encontramos en una situación de precariedad.
Este olvido del ser no sólo afecta al ser-de-lo-ente, sino que nos afecta de lleno, como seres que somos. No sólo se piensa en lo dado como cosas sino que se cosifica al ser que realiza el mismo acto de pensar. Utilizamos, de este modo, el lenguaje para desenvolvernos en el ámbito de lo inmediato, en nuestra vida cotidiana, pero no llegamos a expresar con él la cotidianidad de esta vida, todo lo contrario, este uso que realizamos del lenguaje deja ver, como telón de fondo sobre el que está articulado, una impersonalidad. Este lenguaje nos es dado en nuestra educación, nos apropiamos de él, pero mediante su uso –propio– hacemos efectiva la impropiedad del mismo.
De este modo de desenvolverse en lo mundano extraemos de la idea a la que se adscribe el objeto que va a ser mencionado el modo de referirnos a él para lograr “traspasar” esta idea al receptor de la misma. Mencionando yo un martillo mi interlocutor puede, perfectamente, hacerse una imagen mental de un martillo, consiguiendo así el objetivo hacia el cual apuntaba y por el cual me he referido al martillo. Pongamos por ejemplo que lo necesitase para realizar alguna tarea o arreglo. Esto es posible debido a que las dos personas que en este caso intervienen en la conversación comparten una cierta esfera, la del lenguaje, que, en realidad, no pertenece a ninguno de los dos, sino a una completamente impersonal.
Esta impersonalidad no está regida por una figura de la que emane, sino por la emanación simultánea de todas las figuras que en ella participan, dicho de otro modo: el ser humano, mediante el lenguaje, participa y se desenvuelve en la impropiedad misma de este lenguaje que utiliza. De este modo el mismo lenguaje se sustenta en el ser-dicho (o escrito), el lenguaje emana de estos individuos y estos individuos se desenvuelven en este mismo simultáneamente. Sin embargo, a todos les es impropio.

§2. Ser-en-el-mundo

El ser, siendo, se encuentra en un continuo desenvolverse y devenir dentro de un lenguaje, de ahí su condición de arrojado o eyectado, dado que dicha condición implica un movimiento constante en este desenvolverse, ya no sólo a nivel físico, con el mundo, sino también al nivel del lenguaje. Debido a esta condición del ser está claro el error de catalogarlo como un ente que no se desarrolla, ni se desenvuelve participando, dentro de un mundo, o un lenguaje. El ser no permanece, no se encuentra, podemos ver un ejemplo similar en el principio de incertidumbre de Heisenberg, el cual nos dice que el simple hecho de aplicar un haz de luz cualquiera a una partícula para poder observar su velocidad y cantidad de movimiento hará que ese haz de luz rebote contra la partícula y modifique los valores observados. De esto se entiende que el ser se encuentra, inherente a la existencia del individuo, pero que su visión es inalcanzable por el mero hecho de hallarse siempre en una indeterminación, un devenir constante.

§2.1. Del ser a lo ente y de lo ente al ser.

Surge de esta incapacidad de acceso al ser de lo ente la necesidad del uso de un lenguaje que se mueva en un terreno “ideal”, nunca mejor dicho, al margen de todo devenir, presente en el mundo físico y material. Al manejar un lenguaje que encuentra su eco en ese mundo que nos es, completamente, ajeno puesto que no podemos experimentar la ausencia del devenir, tratamos de utilizar una herramienta como propia que, sin embargo, no lo es.
Podemos apreciar el empeño de autores como Nietzsche por recuperar la realidad, por hacer del lenguaje una herramienta a-propia-da, tanto a nivel de posesión como de idoneidad. Otros autores, ya posteriores, como Heidegger, vendrán a reclamar el ser como tal, no como ente al margen del devenir ni las vicisitudes del destino. Se reclama el ser como se reclama algo que ha sido olvidado completamente por la Metafísica, más que olvidado podríamos decir obviado o confundido por culpa del brillo de accesibilidad de lo ente.

§2.2. Lo que el ser es.

Definamos, pues, lo que es el ser. El ser no es solamente lo que ya de por sí es, debido a su carácter de abierto el ser es aquello, no sólo que es, sino que podría ser, podría haber sido, será y fue. El ser se encuentra atravesado por todas sus circunstancias, se articula sobre ellas y con ellas, al mismo tiempo presenta una estructura de carácter múltiple, el ser no es uno, tampoco una dualidad cuerpo-alma, el ser es la multiplicidad propia de cada individuo y cada caso. (Entiéndase aquí caso como “situación” o “circunstancia” en la que el individuo se halla inmerso y que, por ello, forma parte de él en ese momento)
Esta metafísica en la que aún a día de hoy nos hallamos inmersos ha contemplado durante casi toda su historia el ser de una forma errónea, lo cual ha generado, entre otras cosas, la pérdida de la inter-subjetividad además de una inmersión en las frías aguas del nihilismo. Pese a todo, no pocos son los autores que, advirtiendo este estado angustioso, proponen medidas para la recuperación y re-estructuración de la metafísica occidental. Propuestas que estudiaremos a continuación.

§3. Propuestas para una recuperación metafísica.

§3.1. La razón poética.

La autora María Zambrano, por ejemplo, reconoce la importancia del lenguaje poético en la Filosofía, propone, al igual que hicieron anteriormente Nietzsche y Heidegger, la recuperación de la palabra poética, la metáfora, con el fin de articularla al lado de la Filosofía y la razón, creando así una suerte de razón poética. Pudiendo hacerle frente, de este modo a la razón ilustrada y al auge positivista del paradigma cientificismo. Se retoma el ideal romántico de la vuelta a las humanidades y se busca despojar a la Filosofía del vestido racionalista en el que, hasta ahora, se encontraba encorsetada.
Este concepto intenta responder al impasse de la modernidad filosófica. Frente al sujeto cartesiano, el yo es para la autora un auto-reconocimiento[2], -y no un descubrimiento como para Descartes - que prueba nuestra existencia y nos revela nuestra propia naturaleza.
Frente a una razón omnipotente María Zambrano reconoce un abismo de irracionalidad indispensable al ejercicio discursivo. La racionalidad moderna se ha fundado en la identidad y en la presencia, a lo cual nuestra pensadora opone la diferencia y el reconocimiento de “lo otro” de la razón. Al sujeto cartesiano se le opone el hombre-organismo que se construye partiendo de «la ruina del anhelo, de la avidez, de la esperanza originaria»[3]
Con respecto al tema de la razón poética, de la cual no sólo tienen el mérito María Zambrano, Nietzsche y Heidegger, sino que este afán por aunar la poesía y la filosofía podía verse despuntar en el cielo del humanismo retórico, que alcanza su cénit durante el Renacimiento, encarnado en figuras como la de Dante, Boccaccio, Petrarca… A propósito, esta subdivisión de la rama humanista renacentista surge de la figura de Ernesto Grassi, discípulo de Heidegger, el cual ante la declaración de su maestro cuando este se define a sí mismo como anti-humanista, investiga y re-define las raíces humanísticas para mostrarle a Heidegger que no está tan lejos de éste. Grassi distingue en el humanismo renacentista el de tipo antropológico-descriptivo, de carácter platónico, y el de tipo retórico que, mediante el uso de un lenguaje poético, busca el “dejar hablar” al ser, provocando que este se manifieste en las obras de los ya mencionados autores.
Con el fin de retomar esta búsqueda renacentista, a la par que romántica, se propone la unión de Filosofía y Poesía, este proyecto persigue el aunar una disciplina con carácter de univocidad, como es la primera, con otra completamente equívoca y dependiente de una subjetividad del individuo (tanto poeta como lector). Se busca también el curar a la Filosofía de su incesante aspiración de universalidad mediante el uso de un lenguaje propio del individuo, que no permite un mismo enfoque. Se persigue una simbiosis que aleje el paradigma filosófico del camino del cientificista, paradigmas que amenazan con colisionar desde la Ilustración. Debe, para estos autores, re-encauzarse la Filosofía por el camino de lo vivo, de lo real, se busca traerla de nuevo al mundo aparente, donde debe estar, en lugar de hallarse flotando, proponiendo métodos y modos de acceso de carácter formal y universales, más propios de la Ciencia que de esta disciplina.
De ahí la gran importancia de la poesía, tanto para la “cura” de la Filosofía como para la expresión del ser y, de ahí, poder facilitar el acceso a lo propio. Por ello es tan importante para algunos filósofos la figura de los poetas y los literatos.

§3.2. La razón histórica.

Nos preguntábamos, ya con el título, cómo abordar la cuestión del olvido del ser. Queda propuesta la razón poética para tal fin, sin embargo, existe otra propuesta, bastante similar: la razón histórica. Este tipo de razón pretende aunar la vida con la historia del hombre, propuesta por Ortega, nos dice que puesto que el hombre es el creador de su propia historia puede alcanzar a tener la verdad de ésta, al contrario que la verdad de la Naturaleza, la cual sólo puede ser poseída por Dios. Como creadores, como demiurgos históricos, los seres humanos podemos aspirar a la verdad histórica. Esta verdad sólo es alcanzable mediante una orientación filosófica que ayude a ver a ser su inmersión en unas determinadas circunstancias, su historicidad, de ahí la importancia de dicha razón histórica.
Analizando la conocida frase de Ortega “yo soy yo y mis circunstancias” podemos apreciar que la primera parte “yo soy yo” enuncia una apropiación del ser hacia sí mismo, se reconoce como sujeto vital, vemos pues la razón vital. Se le sigue la conjunción “y”, lo cual indica, no una añadidura, puesto que no se trata de una enumeración, sino de una articulación, esta “y” refleja que lo uno es inherente de lo otro, muestra que la primera parte de la frase depende, definitivamente, de la segunda. “... mis circunstancias” como parte final determinan la razón histórica, muestran que el ser es dependiente de esa historia en la que, mencionábamos, se encuentra inmerso cotidianamente.
Ortega señala dos modos de ver lo vital, el primero sería la concepción biologicista, esto es: la vida como factum, como algo hecho y ya dado. Sin embargo sería absurdo limitarse a la vida como algo ya hecho, puesto que esta no cesa de desplegarse para el existente en función de las posibilidades de este mismo, el cual se desenvuelve en un marco vital y se conforma mediante su elección entre los distintos existenciarios que esta vida, dentro de su posibilidad, le brinda. Esto último es la vida como faciendum, como un gerundio, lo que se va haciendo, el estado de abierto del ser, de eyecto y arrojado, de nunca-acabado, propio en-cada-caso y siempre por terminar.

§4. La novela y la Filosofía.

Actualmente nos encontramos en un panorama en el que si la novela desea progresar y no caer en el olvido ésta deberá hacerlo en contra del progreso del mundo.
Podemos apreciar en parte del pensamiento filosófico de Edmund Husserl, concretamente en la lectura de sus conferencias en Praga y Viena, cómo el filósofo hace referencia a la identidad europea, que es capaz de ir más allá que cualquier frontera geográfica. Esta identidad tendría sus raíces bien ancladas en la filosofía griega de la que nace, una filosofía nacida debido a que (al fin) la pasión por el conocimiento se había adueñado del ser humano, surgen los primeros amantes del saber y se abandonan gran parte de los mitos vigentes hasta le fecha, pasando a buscarse las explicaciones reales, todas las ciencias nacen de la mano de esta filosofía griega. Husserl decía ver una crisis en Europa, surgida a comienzos de la Edad Moderna, el germen de ésta tendría su origen en Descartes y Galileo, cuando las ciencias de Europa reducen el mundo a su mera exploración técnica y matemática, es en este momento cuando las ciencias, surgidas de la mano de la filosofía, comienzan a cobrar una mayor importancia llevando así al hombre a las disciplinas especializadas. Conforme el hombre avanza por esas disciplinas ocurre lo que Heidegger llama el olvido del ser, es en este momento cuando el hombre pierde el mundo de la vida, pasando todo a ser de carácter técnico, matemático, científico… Gris. Pasando a desplazarse, de este modo, las disciplinas de carácter humanístico.
Pese a lo que pueda parecer a primera vista, Descartes no es el único padre de la Edad Moderna, sino que ésta también tiene su origen en Cervantes, el creador de la novela Europea y quien inicia (de nuevo) verdaderamente el que será el camino de la exploración del ser, todo lo contrario a las ciencias que nos proponen en sus métodos los filósofos de la época, empeñados en darle la mano a la Ciencia en lugar de a la incipiente Novela, perdiéndose en estos túneles disciplinares en pos de las matemáticas y la técnica. Podemos realizar un recorrido por autores como Cervantes, Balzac y Tolstoi en el apreciamos como los grandes temas existenciales analizados por Heidegger en Ser y Tiempo son revelados por estos autores en sus novelas, las cuales llevan acompañando e iluminando al hombre desde sus orígenes en la Modernidad. La única moral de la novela es el conocimiento en sí mismo, el alcance de los hallazgos de la novela europea trasciende las propias fronteras del continente, siendo estos hallazgos “propiedad” de la novela de Europa sin importar el idioma en el que estos se hayan podido llevar a cabo.

§4.1. El surgimiento de la novela.

Cuando el teocentrismo ha sido desbancado y en su lugar se impone la razón humana es cuando surge la novela propiamente dicha, es cuando don Quijote ve la luz. Descartes duda del mundo, afianzando la importantísima idea del cogito, ese ego pensante se encuentra solo frente a la vastedad del cosmos. Cervantes, por su parte, nos hace ver la increíble ambigüedad del mundo, como lo que hasta hora se había considerado una verdad única se fragmenta, se divide en un sinnúmero de verdades igualmente válidas. Muchas de las interpretaciones dadas a la obra de Cervantes se basan en la postura de querer darle un valor moral, ya sea viendo una crítica o una exaltación del idealismo confuso de su protagonista. La sabiduría de la novela es difícil de aceptar y comprender debido a que el ser humano no aguanta vivir en este océano de verdades múltiples, esta pluralidad y la ausencia de un Juez Supremo, de un dios que guíe sus pasos, le abruma. Hace sentirse al hombre insignificante e incapaz de “comprender”, es incapaz de aceptar la relatividad en la esencia de todo lo humano.
Tras esto comprendemos la verdadera importancia de la novela, la brillante necesidad de aprender a movernos en su vastedad, en su océano noetico-noemático.

§4.2. La Filosofía en la novela.

Siguiendo el recorrido anteriormente propuesto por el mundo de la novela nos damos de bruces con escenarios capaces de situarnos en tesituras de lo más controvertidas y aporéticas. Vemos casos como, por ejemplo, el de los personajes de Diderot, al comienzo de Jacques el fatalista; si bien don Quijote tiene la vastedad de un mundo casi ilimitado ante sí y puede retornar a su hogar cuando así lo desee, estos personajes están “atrapados” en un espacio sin fronteras y en un tiempo sin principio ni final definido. Este mundo exterior representado en la misma novela desaparecerá reemplazado por lo infinito del alma. Este mundo de lo infinito del alma será reducido a la nada con la entrada de la Historia en la vida del ser humano.

§4.3. La muerte de la novela.

Se podría contemplar a esta novela como una moda más que verá su fin junto a la ropa envejecida de temporadas pasadas y, quizás, a gran parte de los valores morales. ¿La novela muere? Sin duda, es perecedera, puede sobrevivir quizás, pero se ve en muchos casos mutilada por la censura, desgajada en fragmentos por la represión ideológica vigente y prohibida, por completo, en otros casos. Es una muerte discreta, que no escandaliza a nadie, simplemente sucede y no genera ningún tipo de alertas. La novela se ve, en algunos casos, sometida por entero al poder vigente y esto es, sin duda, peor que la muerte, al convertirse el arte de la novela en mera propaganda de la cual dudan incluso sus autores. Si bien la novela es, en la mayoría de los casos, un reflejo de la sociedad, también puede ser utilizada como método propagandístico.
Kundera habla en La desprestigiada herencia de Cervantes acerca del posible fin de la novela por agotamiento propio, como si los temas de la novela hubieran tocado a su fin al igual que una vieja mina de carbón completamente vacía ya del mineral. Distingue cuatro llamadas en el ámbito de la novela, siendo estas:
La llamada del juego, donde se menciona el Tristram Shandy de Laurence Sterne y Jacques el fatalista de Denis Diderot, estas novelas serían concebidas como cimas de la levedad, sin la presión de un decorado realista ni verosímil.
La llamada del sueño, donde autores como el propio Kafka fusionan el mundo onírico con el mundo de la realidad, una antigua ambición de la novela perseguida durante años hasta que, finalmente, Kafka supo alcanzarla magistralmente.
La llamada del pensamiento es en la que la novela se colma de una inteligencia radiante, convirtiéndose en una síntesis de intelectualidad pura sin llegar a ser filosofía, aquí intervendrán autores como Musil y Broch.
La llamada del tiempo, aquí el contenido de la novela no tiene por qué limitarse a un tiempo único, queda libre el autor para jugar con las paradojas temporales, los saltos hacia adelante y atrás, pudiendo incluso revertir el tiempo mismo.
Concluye tras estas diferenciaciones entre las llamadas de la novela que si ésta encuentra su fin no será por agotamiento, sino porque se encuentra en un tiempo distinto al suyo. Si, el planeta está encontrando su unificación, este sueño humanista finalmente parece ser capaz de llevarse a cabo, pero esto trae consigo un enorme proceso de reducción en el que la vida del hombre queda reducida a su función social, y su vida social se reduce a una lucha política entre dos eternos bandos que, como dos titanes enzarzados en una pelea sin fin, hacen añicos todo en su lucha. Para Kundera la existencia de la novela es enormemente necesaria en esta vorágine reduccionista, la novela debe seguir guiando e iluminando al hombre para que el olvido del ser no llegue a darse.
Surge este nuevo monstruo, más allá de toda novela, el monstruo del exterior llamado Historia, un ser ingobernable, impersonal y, por completo, irracional e impredecible. La novela deja a la luz nuestra alma desnuda con todas sus preocupaciones, de ahí su verdadera importancia.

§5. El lenguaje como morada del ser.

Heidegger enuncia “El lenguaje es la casa del ser (Die Sprache ist das Haus des Seins) En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada.”[4]. Del lenguaje, sobretodo del lenguaje poético, se valora la expresión libre mediante la metáfora y el ser capaces de transmitir, no sólo mediante lo dicho, también con lo que no se dice o se deja entrever. Es en este “dejarse ver” donde se transparenta ligeramente el velo que separa el ser de nuestro yo, por llamarlo de algún modo, consciente. Por supuesto que no podemos percatarnos de nuestro propio ser, puesto que somos ese mismo ser, una conciencia no puede auto-percatarse de sí misma, sin embargo si puede percatarse del acto mismo de percatarse, esto es debido al extrañamiento que la acción produce en la conciencia, en este “yo consciente”.

§5.1. Alétheia

“To raise the question of aletheia, of disclosure as such, is not the same as raising the question of truth. For this reason, it was inadequate and misleading to call aletheia, in the sense of opening, truth”[5]
Llegamos entonces a la conocida alétheia, o desvelamiento, la cual hace referencia a aquello que no está oculto, lo evidente, lo “verdadero”. Proviene de la palabra “verdad”, sin embargo no debe asociarse tan a la ligera con el uso moderno de dicho término, esto es, no puede confundirse la alétheia con la veritas. En este caso el término viene a hacer referencia al desocultamiento del ser, a diferencia de su uso en Parménides, el cual contemplaba la alétheia como aquello opuesto a la doxa. Esta alétheia se nos da a modo de gerundio, para ser más precisos: no es tanto lo desvelado como el proceso de desvelamiento, el desvelar como una acción mantenida en el tiempo y siendo realizada continuamente.
Podemos ver, nuevamente, reminiscencias y ecos del olvido del ser que subyacen a la problemática del existente al hacer frente a la alétheia. Debido al proceso de reducción eidética y cosificación que el ser ha sufrido, se percibe lo “verdadero”, la “verdad”, como algo ya-dado, es decir: “X es verdadero, puesto que se corresponde con lo que X es”, se concibe, pues, lo verdadero como lo desvelado. La verdad pasa a ser víctima del lenguaje impropio con el que nos desenvolvemos al ser hecha participio, cuando, en realidad, y debido al continuo devenir y darse de las cosas, la “verdad” es gerundio.
Lo verdadero, por llamarlo de algún modo, reside en ser verdadero, carece de cualquier posible núcleo intra-eidético enterrado en su profundidad que haga que sea verdadero, sino que depende de ser en primera instancia. Pongamos por ejemplo que digo “está lloviendo”, el hecho de que tal enunciado fuese algo verdadero dependería de que el suceso, la lluvia, se estuviese dando en ese momento. Otra cosa a tener en cuenta es la concreción, puesto que dicho enunciado podría, al mismo tiempo, ser verdadero y perfectamente válido para cualquier otro lugar del mundo si, por ejemplo, en Francia estuviera dándose este fenómeno. Sin embargo, en mi cotidianidad sería una falsedad afirmar tal cosa como la lluvia, a menos, claro está, de que fuese consciente de que en Francia acontece y el enunciado tuviese como referencia al país galo.
Vemos como la verdad precisa de ser, en primera instancia, no es algo dependiente de una esencia previa dada en ningún eidos, es dependiente de un “marco” en el que desenvolverse y desplegarse como gerundio.




[1] Aristóteles – Libro VII, sección 1, parágrafo 1030 a.
[2] Zambrano, María ; « La salvación del indivio en Espinosa », Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil, Trotta, Madrid, 1998, 59 -69
[3] Zambrano, María, El hombre y lo divino, FCE, Máxico, 1993, p.199
[4] Heidegger, M. – Carta sobre el humanismo. Alianza Editorial, 2000, Madrid.
[5] Heidegger, M. On Time and Being (New York: Harper and Row, 1972), p. 70

sábado, 4 de junio de 2016

Empatiza si te atreves.

Te voy a decir cómo me siento, pero no porque quiera que me respondas con un “lo entiendo”, o cualquier tipo de condescendencia… No, no vas a hacer eso ¿Qué por qué? Bien, no lo vas a hacer porque te voy a decir realmente cómo me siento. Sí, de verdad, no te voy a responder a ese ¿qué tal? Con un “bien, bien” No, no y mil veces no. Verás, no me siento “bien”, ni mal. Me siento…

Me siento frío, vacío y roto, me siento gris, me siento como las gotas de lluvia que nacen de la tempestad y viven toda su existencia en una continua caída contra el suelo, conociendo su final. ¿Qué por qué? No lo sé, pero apuesto a que tú también te sientes o te has sentido así en algún momento de su vida, ¿eh? ¿no? Como alguien que no siente suya su vida, que siente que todo está determinado o que, por el contrario, el libre albedrío y la capacidad de decidir entre infinitas opciones te abrume. Bueno, como iba diciendo… Gris, me siento como una pulpa hueca en mi interior, como si careciese de un fondo, propiamente, completamente lleno de nada, mi existencia se me antoja carente de sentido, pesada y tediosa a veces, y monótonas muchas otras.

Pero, por supuesto, también puede resultarme jovial, puedo disfrutar como un lagarto en una piedra disfruta los primeros rayos del sol de la mañana, puedo saborear cada instante. Y estos pueden antojárseme vacío, puedo sentirme bien, pero eso es porque me he sentido mal también en algún momento y, sí, me volveré a sentir igual.

Y tú puedes sentir lo mismo, seguro, pero no puedes responderme con un “lo entiendo” o “me ocurre igual, sí, de verdad” porque, aunque te sientas así, esto no eres tú.  Por mucho que puedas identificarte con las palabras no puedes hacerlo con mi sentimiento, con mi experiencia, con mi visión de esto y mi sentir, no puedes porque las palabras no son más que el canalizador. No puedes sentirme a mí ni lo que yo siento. Cada uno es un mundo, un mar de vivencias, siente y reacciona de un modo distinto, ya sea esto por sus vivencias, su conocimiento, su genética, su condición histórica o todo lo que queráis añadir a esta mezcolanza. Cada uno es uno, y no podéis decir que “lo sentís” ni que me entendéis, no, no me entendéis a mí, entendéis lo que quiero decir, no sentís lo que yo, ni yo lo que vosotros. Y, sin embargo, ninguno de vosotros tiene más derecho que yo en su visión del mundo, no, ninguno tenemos más razón, cada uno tiene la razón de SU mundo, no de EL mundo.


Y, también sin embargo, intentáis imponerme matematizaciones, morales, métodos, teorías, ideas y paradigmas, intentáis implantarme verdades al grito de EVIDENCIA o PALABRA DE DIOS o SOCIEDAD o CIENCIA, intentáis darme razones y argumentos que no son más que una evocación, una excreción de vuestro ser a través del lenguaje. No, no hay evidencia, ni verdad universal, no hay razón, no hay sentido común, no son como tales, son sólo constructos, como la sociedad, la cultura, la moral, la política, las leyes, todo, absolutamente todo es nada. Nada más que fragmentos impuestos a todos como un convenio con este mundo, como un pacto con sangre que firmamos al nacer. 

martes, 17 de mayo de 2016

La agonía de lo complejo.

La complejidad es el principal tinte de la vida humana, es el mar en el que nadamos día a día, de forma incesante, un maremágnum compuesto por infinitas partes de las que apenas vemos, y sabemos, nada. Entre los ingredientes de este caldo de cultivo en el que, al igual que bacilos bajo la luz de un microscopio, nadamos se encuentra la moral, la religión, la política… así como la economía, las ciencias y el arte, además de un larguísimo etcétera.

Si bien, como seres vivos que somos, los seres humanos estamos sometidos a un pathos no es un estado excepcional ni mucho más diferente en esencia (con perdón del término) del que puede sufrir un mosquito, insecto que, en apariencia, podemos catalogar como inferior o a penas merecedor de nuestro tiempo más que para darle un manotazo si osa importunar nuestra siesta.
¿Entonces qué es lo que diferencia el pathos, o esa agonía (angustia para Heidegger), entre un mosquito –o cualquier otro ser- y un humano, un homo sapiens sapiens? La única diferencia se haya en la complejidad de una agonía y, por tanto, en la intensidad con la que un ser u otro la viven. Podemos decir que la complejidad entraña un cierto vacío, en el sentido de que algo complejo está abierto a múltiples (por no decir infinitas) posibilidades, y cuanto mayor sea la complejidad del funcionamiento de algo –la vida del individuo en este caso- mayor es el abanico de opciones que se presentan y, por ello, mayor es el número de posibilidades que se descartan al elegir una de las opciones del abanico. Al ser la vida del hombre más compleja que la del mosquito, y ser el hombre consciente de esta complejidad, este rechazo de posibilidades en pos de unas determinadas opciones provocan el arrepentimiento, la angustia, lo agónico, en resumen: la pregunta constante por el “¿Y qué habría sido si…?” Esa eterna duda, empapada de arrepentimiento, en la que el ser humano se pregunta, tanto a nivel personal como parte de una humanidad, un conjunto, constantemente si no está desperdiciando su vida, si no habría sido mejor tomar otra opción. Esto nos lleva, irremisiblemente a una agonía, a un dolor que se alimenta de un pasado, y su correspondiente futuro, hipotético.

Esta agonía, inherente a nuestra existencia humana, no se contenta con ser experimentada desde el presente y mirando hacia un pasado inexistente en el que la opción tomada es otra. Además de esto la agonía nos persigue más allá de nuestras complejidades en cuanto a nuestra estructura cerebral se refiere. Esta agonía de lo complejo se ha asentado en nuestro presente inmediato. Uno se pregunta muchas veces por qué no vivimos en paz y armonía con la naturaleza, cómo no hemos seguido viviendo, felizmente, como animales que tan sólo tienen dos preocupaciones, a saber: comer y no ser comidos. Y muchas veces uno se engaña a sí mismo (O quizás sea realmente la sociedad quien condiciona y enseña al individuo para que este engaño propio sea propicio) pensando que realmente hemos evolucionado como especie, que nuestras necesidades se han vuelto –puesto que somos superiores- más exquisitas y complejas. Esto es un error, ¿se han vuelto más complejas? Sí y no, ahora lo retomaremos. Pero desde luego, respondiendo a la pregunta de si son, ciertamente, más exquisitas… la repuesta es un rotundo ¡No!

Realmente podemos decir que se han vuelto más complejas en el sentido de que estas dos necesidades “comer” y “evitar ser comido” se han ramificado, como si de las ramas de un enorme árbol se tratasen, y se han convertido en un sinnúmero de necesidades que –y aquí entra la parte en la que vemos que no se han vuelto en realidad más complejas- vienen a significar lo mismo. Como ejemplo tenemos que el pagar la hipoteca, el agua, la luz, el gas, la alimentación (tanto de uno mismo como de los suyos), la educación, el tener que estudiar, buscar un trabajo, etc… Entrarían en la categoría de “comer”. Mientras que, por ejemplo, necesidades como estar al día en cuestiones de moda, arte, música, cine, ascender en el trabajo, ser el mejor en los estudios y, en resumidas cuentas, destacar entran en “evitar ser comido”. Es curioso cómo al ir evolucionando esta frontera, la línea divisoria e imaginaria, entre dos cosas tan distintas y perfectamente claras como son “comer” y “evitar ser comido” se ha ido difuminando y diluyendo, al igual que cristales de sal en el agua, hasta ser una línea que difícilmente puede discernirse sin cierto esfuerzo.

Como vemos nosotros mismos nos hemos condenado a esta agonía al volver nuestra vida cada vez más compleja. Sin duda podemos culpar al sistema, tanto a nivel político como religioso, económico o social, o cualquiera de sus facetas, pero los verdaderos causantes de la agonía en la que nadamos, como peces en aguas estancadas y llenas de veneno, muchas veces ajenos a esta complejidad en la que estamos sumergidos, somos nosotros, nosotros somos los culpables de nuestro propio dolor, nuestra agonía, nuestra nausea, de este abismo, de nuestro vacío y de nuestro nihilismo. Si bien hemos sido artífices de todos estos constructos humanos, inexistentes a priori, como la moral, la fe, la ética, y una lista de no acabar, también hemos forjado, junto con ellos, nuestra propia amargura.


lunes, 4 de abril de 2016

Canibalismo ritual.

Antes de adentrarnos en el canibalismo de tipo ritual conviene dar una definición de lo que es propiamente el canibalismo y los tipos que se distinguen, que no son pocos.

El canibalismo es la acción, o costumbre, humana de comer carne de individuos pertenecientes a su misma especie, esto puede ser de forma individual o colectiva. Muchas veces se ha asociado con la antropofagia, que bien puede ser un sinónimo si se refiere a la antropofagia por parte de humanos o también, en este caso, es aplicable a todo ser vivo que coma tejidos humanos, excluyendo la sangre puesto que esto sería hematofagia.

Aclarado ya el concepto de canibalismo veamos qué tipos se distinguen dentro del mismo: en primer lugar tenemos el canibalismo de supervivencia, en este caso el tabú moral establecido por la sociedad occidental puede eludirse más fácilmente, puesto que este canibalismo se realizaría como último recurso para sobrevivir a situaciones extremas. Distinguimos también el canibalismo prehistórico, este se habría dado de forma previa a toda construcción moral, antes de que el concepto de “hombre” se definiera por completo, en este caso los individuos de distintas tribus nómadas no se percibían entre sí como iguales, sino como animales, por ello no es de extrañar que, por ejemplo, neandertales pudieran formar parte de la dieta de otros neandertales. Llegamos al tercer tipo, el canibalismo guerrero, el cual tiene muchas similitudes con el canibalismo ritual, por no decir que este último es una consecuencia del primero, los guerreros vencedores en la batalla ingerían la carne de los caídos, en una primera instancia con el fin de evitar el desaprovechamiento de la carne y con el paso del tiempo diversas connotaciones de tipo místico y espiritual irían entrando en juego, por ejemplo el devorar los músculos del enemigo para fortalecerse uno mismo o el honrar a los muertos, caídos en batalla o no, devorando su cadáver. Finalmente distinguimos el canibalismo patológico, el cual ha llegado hasta nuestros días, aquí incluiríamos a todos los individuos que, aun siendo parte de la sociedad, no acatan sus normas establecidas ni el tabú de comer carne humana, distinguiríamos aquí a los psicópatas o a los asesinos en serie por un lado y, por otro, a aquellos que simplemente comen carne humana sin la necesidad de matar a nadie, estos serían necrófagos. Pero, finalmente, nos centraremos en el canibalismo ritual, puesto que este es el objetivo del trabajo, el cual hunde firmemente sus raíces en el canibalismo prehistórico y guerrero.

En la noche de los tiempos el ser humano, o lo que era entonces el ser humano, vagaba por el mundo, errático desde que se puso en pie por primera vez, es entonces cuando se constituyen las primeras tribus nómadas nacidas de la necesidad de protección de los individuos, nacidas también de la necesidad de algo muy primario: la supervivencia. Todo esto es anterior al lenguaje, anterior a los conceptos, por tanto la idea de “hombre” estaba aún por constituir, el ser humano veía como semejantes a los miembros de su propia familia, o tribu, pero el resto de tribus se le hacían ajenas a sí mismo, no tenía ningún lazo con ellas y podía, perfectamente y sin remordimientos, devorar el cadáver de un caído, ya fuera de su tribu – pese a percibirlos como semejantes- o de cualquier otra. Distinguimos aquí el exocanibalismo y el endocanibalismo, el devorar la carne de enemigos o cualquiera ajeno a la comunidad o el ingerir a los familiares o personas pertenecientes a la tribu. Hay que tener en cuenta que todo esto es anterior a toda moral tal y como la conocemos actualmente.
Gracias a numerosos estudios ha quedado perfectamente demostrado que, en algún momento, el ser humano fue caníbal, por mencionar algunos estudios de los más importantes tenemos el descubrimiento realizado en la cueva de Moula-Guercy, cercana al río Ródano en Francia, aquí un equipo arqueológico descubrieron una notable cantidad de huesos humanos pertenecientes a el Hombre de Neanderthal junto a restos de ciervos prehistóricos, la antigüedad, se estima, era de entre 120.000 y 100.000 años. La posición de los huesos fue debidamente cartografiada, se tomaron notas de las herramientas de piedra presente, de las capas de sedimentos y los restos animales. Los huesos de neandertal provenían de unos seis individuos, todos los cráneos presentaban signos de haber sido fracturados postmortem, también presentaban marcas de descarnamiento, algunos cortes presentes en las articulaciones del pie, codos y tobillos demostraban que, intencionalmente, los tendones flexores de los dedos de los pies y el bíceps, además del tendón de Aquiles, habían sido seccionados. El uno de los casos la lengua fue cortada y en dos de los cadáveres más jóvenes en vida el músculo temporal había sido separado intencionadamente del cráneo. Los tipos de cortes y fracturas que podían apreciarse en los huesos de los ciervos indicaban que estos habían sido tratados del mismo modo. Para Defleur, el coordinador de los arqueólogos franceses y norteamericanos que hicieron el hallazgo, esta era una prueba concluyente de que los neandertales practicaron el canibalismo. Este Hombre de Neanderthal incomodó a la comunidad científica durante mucho tiempo, no sólo por su aspecto un tanto siniestro para los cánones occidentales, sino también debido a la antropofagia que, más tarde, se descubrió que practicaba. Se pensaba hasta hace no mucho que, debido a su incapacidad para hablar, la especie se había extinguido sin más, pero estudios recientes demuestran que poseemos, al menos, un 5% de material genético proveniente de estos neandertales, dando por falsa la hipótesis de que se extinguieron ya que, en realidad, se cruzaron con nuestros antepasados.

Otro de los casos en los que se demuestra que, en algún momento, todos fuimos caníbales se debe al descubrimiento realizado por John Collinge en 2003. Poniéndonos en antecedentes. Tras la II Guerra Mundial, Papúa Nueva Guinea se convirtió en una colonia australiana, el gobierno trató entonces de poner fin al sinnúmero de guerras tribales que tenían lugar allí, uno de los agentes destinados en esta misión pudo apreciar cómo la tribu fore era presa de una extraña enfermedad a la que denominaban kuru, esta enfermedad afectaba principalmente a las mujeres adultas en una proporción de 8 a 1 y los varones de la tribu parecían ser inmunes. Estudios posteriores realizados por Collinge demostraron que esta enfermedad era causada por priones, de forma similar a la conocida enfermedad de las vacas locas, y se transmitía de la siguiente manera: Las proteínas causantes de la enfermedad se alojaban en el cerebro, allí se dividían y esparcían, cuando este cerebro era ingerido las proteínas pasaban al nuevo huésped e iniciaban la tarea de “bombardear” el cerebro de este, provocando entre otros síntomas temblores, una risa incontrolable y, finalmente, la muerte. Se descubrió que esta tribu había adoptado costumbres caníbales debido a su contacto con otras tribus de la región y entre esas costumbres estaba el devorar a los difuntos. Pero ¿por qué entonces afectaba sólo a las mujeres? Bien, era tradición que los hombres devorasen los músculos –y en algunos casos el corazón- con la creencia de que esto aumentaría su masa muscular y su valor, en cambio las mujeres comían el cerebro, donde estos priones se alojaban, pasando a infectarse finalmente con la proteína en cuestión. Finalmente Collinge estudió en 2003 a algunas de las mujeres fore que, pese a haber participado en estos ritos funerarios, habían sido inmunes a la infección y descubrió algo bastante interesante, estas mujeres poseían en su ADN genes que codificaban versiones mutadas de esta proteína, conocida como PrPc, esta mutación denominada M129V las hacía resistentes al contagio de los priones. En otras poblaciones como la japonesa y otras situadas en el Este asiático se descubrió otra mutación denominada E219K que tenía el mismo efecto de “blindaje” frente a este tipo de priones. Finalmente 2000 personas fueron analizadas como representación de toda la población mundial y se descubrió que, al menos, el 63% presentaba una de estas dos mutaciones protectoras, el equipo de Collinge llegó finalmente a la conclusión de que estas mutaciones tenían una edad de 500.000 años y que habían sido transmitidas de generación en generación como resultado del proceso de selección natural. Esto vino a confirmar la idea ya desarrollada por diversos arqueólogos y confirmada por numerosos hallazgos paleontológicos, en un pasado todos los seres humanos fuimos caníbales.
Volvamos a esa noche de los tiempos, a los albores de la humanidad, estos seres prehistóricos concebían el canibalismo como algo tan natural como engullir una pieza de fruta, la carne humana constituía una parte más de su dieta. Poco a poco fue calando un cierto sentimiento de espiritualidad, aparecen las figuras de los chamanes, comienzan las representaciones pictóricas en las cuevas, podemos decir que, en cierto modo, la cultura entra en escena. Entonces se desarrolla la magia simpatética, surge la creencia de que lo semejante atrae a lo semejante, las pinturas tenían como objetivo atrapar la esencia de esos animales que aparecían representados, surgen los fetiches, los tótems, el arte nace como una suerte de hechicería. Los chamanes surgen como canalizadores de un cierto poder otorgado por los espíritus, también son, a su vez, intermediarios entre estos y el mundo material, de ellos nacen los rituales mediante los cuales se pretendía mejorar la caza, atraer a los animales o incitarlos a que se reproduzcan, proteger a los guerreros de la tribu, etcétera. Nace la inquietud por la vida más allá de la muerte y surgen los enterramientos o rituales mortuorios que tenían como fin facilitarle esa vida al difunto o, en el caso de algunas culturas, impedir que este volviera de entre los muertos.

Algunas tribus asimilaron y mantuvieron que el mejor lugar de reposo para un ser querido era lo más querido para ellos mismos, esto es: su cuerpo. Otras tribus lo concibieron como una forma de respeto al difunto, con el objetivo de evitar que su carne fuera devorada por los gusanos o se terminara descomponiendo bajo tierra. Otros pensaban que realmente así adquirirían las cualidades del caído e irían volviéndose cada vez más fuertes. Como podemos apreciar las creencias son variadas y todas llevan a la misma conclusión, a la ingesta del difunto, todo esto, sin duda, proviene de una necesidad anterior en la que se percibía el cadáver igual que se percibía el cuerpo sin vida de cualquier otro animal, simplemente ahora se le ha dado un matiz y unas connotaciones de carácter mágico-ritual.
La figura de este chamán o mago varía notablemente dependiendo de la tribu en cuestión, a diferencia del sacerdote que vendrá mucho después, este mago no se postra ante ninguna deidad o poder superior, reconoce que en la naturaleza un hecho sigue a otro y siempre y cuando se atenga a las normas de esta misma y ejecute correctamente su arte podrá hacer que la balanza de esta naturaleza se incline a su favor.

Surge la agricultura y el ser humano pasa de ser nómada a ser sedentario, se establecen y forman las primeras aldeas, las comunidades crecen y son más estables. Es entonces cuando el agricultor comienza a apreciar cómo una especia de fuerzas ocultas rigen esta naturaleza, las semillas descienden a las entrañas de la tierra y de ella surgen las plantas que después nutrirán a la comunidad, el cazador también puede apreciar esta especie de fuerzas que dictaminan la reproducción de los animales y el comportamiento de los mismos. Es entonces cuando comienza a surgir el culto a la Diosa Madre al irse personificando estas fuerzas ocultas, hasta ahora indiferenciadas. Con el fin de propiciar las lluvias, mejorar las cosechas, incrementar el número de nacimientos entre los animales, una vez se introduce la cría de estos, surgen ciertos rituales en forma de ofrendas. Esta magia ceremonial pasaría a buscar el beneplácito de las deidades o los espíritus que rigen estas fuerzas ocultas y mueven la naturaleza. Entonces los magos pasan a ser sacerdotes, intermediarios entre los dioses y humanos, ellos dictaminaban que los primeros frutos no debían ser recogidos, o que el primer cordero debía ser sacrificado, las primeras semillas quemadas, etcétera, como una forma de ofrendar a las deidades o espíritus responsables del funcionamiento de la naturaleza.

Pero el temor a posibles castigos por parte de estas divinidades o espíritus llega a inducir al hombre a realizar sacrificios humanos con el pensamiento de que para estas deidades ninguna víctima sería más apreciada que sus propios hijos, ya que como humanos seríamos –según su pensamiento- productos de estas divinidades creadoras. Estos sacrificios humanos serán más frecuentes en las culturas de la Antigüedad. Estos sacrificios humanos llegarían incluso a tener tintes de canibalismo, como es en el caso de las civilizaciones precolombinas, donde la principal “fuente de alimento” de los dioses aztecas se veía constituida, principalmente, por prisioneros de guerra, los cuales aceptaban su destino de ser ofrendados a los dioses, estos presos ascendían por los escalones de las pirámides hasta llegar finalmente a los templos, allí eran aferrados por cuatro sacerdotes, colocados de forma en que quedasen situados boca arriba sobre el altar de piedra donde eran abiertos con una incisión, a golpe de cuchillo ritual, de un lado a otro del pecho por un quinto sacerdote. Entonces este corazón de la víctima era arrancado y quemado como una ofrenda a los dioses. El cuerpo bajaba entonces rodando a lo largo de los escalones de la pirámide y al llegar finalmente abajo su cuerpo era preparado y servido a modo de banquete entre todos los asistentes a la ceremonia, reservándose los que eran considerados como mejores pedazos para los líderes.

Mencionaba antes el canibalismo guerrero como uno de los posibles precursores de este canibalismo ritual, pero antes de proseguir veamos la definición clara de ritual.

“Un ritual está compuesto por una serie de acciones, actitudes, emparentadas, marcadas o signadas por algún valor simbólico y que generalmente encuentran un sentido o razón de ser en el contexto de una religión o la tradición de alguna comunidad.”

Ahora veamos qué es un rito.

“Conjunto de prácticas establecidas que regulan en cada religión el culto y las ceremonias religiosas” o “Costumbre o acto que se repite siempre de forma invariable.”

El hecho de que los guerreros de las tribus devoren a sus enemigos caídos en combate ya constituye en sí mismo un rito, ya que es algo que se repite de forma invariable, al ser esto algo establecido como una tradición de una determinada cultura encontramos que el acto de comerse a sus adversarios constituye en sí mismo un cierto ritual, solo que este aparece, en un inicio, desprovisto de esa espiritualidad que lo caracteriza.

El acto de devorar a los caídos puede verse como una muestra de respeto o, por el contrario, como una demostración de la superioridad del vencedor sobre el vencido que sería humillado de esta manera. Para los griegos el acto de comerse a un ser humano era del todo execrable, puesto que se le negaba a este la posibilidad de ser enterrado de forma digna y quedaba reducido a un mero pedazo de carne a merced del apetito del vencedor. Sin embargo, para otras culturas, el devorar al caído en combate, o ciertas partes del mismo, era considerado una muestra de respeto. En ciertas tradiciones se pensaba que en el corazón residía el valor, en otras se creía que la sabiduría residía en el ojo izquierdo o en el cerebro, en cambio otras tribus o tradiciones devoraban las manos pensando que en ellas se encontraba la habilidad. Se concebía este acto de canibalismo como una forma de interiorizar al muerto y hacer que este, o al menos cierta parte del mismo, pasara a formar parte del comensal, es por esto por lo que en muchos ritos de carácter funerario el muerto era incinerado, molido, y sus cenizas eran vertidas en ciertos líquidos que pasaban a ser bebidos por los asistentes al funeral, de este modo se honraba la memoria del muerto haciendo que este pasara a ser parte de uno.
Sin embargo para las tradiciones occidentales este acto de antropofagia se considera algo execrable, en cierto modo debido a la importancia que el Cristianismo ha dado siempre al cuerpo ya que según la antigua creencia algún día este resucitará y volverá de nuevo a la vida, por ello es importante el preservarlo, esto excluye la incineración y, por supuesto, el canibalismo.

Lejos de quedarse en la prehistoria estos rituales han logrado mantenerse durante bastante tiempo, no sólo en las civilizaciones precolombinas, también en el marco de la brujería europea. Son muchos los rituales en los que se incluye la ingesta de carne, cenizas o sangre humana y todos estos fueron firmemente perseguidos y erradicados por la Inquisición, desde siempre se ha pensado que la sangre, concretamente, es el principio de toda vida y que, como tal, posee ciertas propiedades espirituales o mágicas. Para algunas tradiciones es en la sangre donde reside el alma, se ve esto también en el mito del vampiro, el cual ingería la sangre de sus víctimas y, con ella, parte de su esencia. Los sacrificios rituales fueron desapareciendo en Europa, quedando reducidos a las prácticas de Magia Roja, los hechiceros que llevaban a cabo esta suerte de rituales seguían ofreciendo sacrificios de carácter ritual, muchos de los cuales incluían antropofagia o hematofagia. Estos hechiceros solían ofrecer niños como holocausto o tributo a Satán o a un sinnúmero de demonios a los cuales pedían favores a cambio de estos sacrificios.

Un ejemplo de estos ritos bien podría ser el caso del mariscal francés Guilles de Rais, el cual, ayudado por satanistas, violó y dio muerte a más de 200 niños en sus castillos de Champtocé, Tiffauges y Machecoul. Prelatti, uno de los satanistas que le ayudó a cometer estas atrocidades, le convenció de sacrificar a estos niños en homenaje a un demonio llamado Barron, el cual requería como ofrenda las manos, ojos y el corazón de un niño, a cambio de esto, supuestamente, el demonio podría ayudarle a encontrar riquezas y tesoros ocultos al ojo humano.

En otros rituales como los oficiados por orden de madame de Montespan se incluían elementos de carácter caníbal como parte del mismo rito, esta marquesa temía dejar de gozar de los favores reales, ya que era la favorita de Luis XIV y para evitar que otra cortesana se interpusiera entre ellos llegó a contratar varias misas negras, oficiadas por el nigromante Guibourg, un cura renegado, y la famosa envenenadora parisnia Catherine Deshayes, también conocida como La Voisin, omitiendo partes explícitas de ritual diré que el objetivo del mismo era elaborar una suerte de filtros de amor con el objetivo de asegurarse los favores del monarca, estos filtros eran elaborados con, entre otras cosas, la sangre de un niño que era degollado en el nombre de Asmodeo y Astaroth, dicha sangre era recogida en un cáliz y, además de ser bebida por los participantes, era después mezclada con cenizas de dudosa procedencia y otros innobles ingredientes para elaborar estos filtros. Finalmente los tres fueron descubiertos y tanto madame de Montespan como el nigromante Guibourg lograron eludir la justicia para evitar que el rey se viera envuelto en un escándalo, pero La Voisin terminó siendo quemada viva en la hoguera.

Actualmente estas prácticas han sido suprimidas, aunque el canibalismo ritual se sigue manteniendo en diversas tribus perdidas y alejadas de la civilización, tribus que permanecen al margen de nuestra moral impuesta a lo largo de siglos de historia que nos prohíbe tanto matar a nuestros semejantes como comérnoslos.  Una imposición de estos valores sufrieron las culturas americanas previas a la llegada de los colonos cuando estos desembarcaron y se dedicaron a imponer sus costumbres con el objetivo de “civilizar” a los nativos. Es comprensible el impacto que en los conquistadores tendría el ver a los nativos devorando a sus muertos, a los guerreros caídos en combate o a los sacrificios humanos que eran realizados en honor a sus dioses. Según los conquistadores, el canibalismo era habitual entre los pueblos nativos en actos religiosos y tras las escaramuzas, para lo cual, de hecho, se llevaba sal a las batallas con el objetivo de poder salar a los enemigos muertos, de manera que su carne durase más tiempo, así podían volver con ella a sus poblados y repartirla entre sus familiares. Eran comunes entre la aristocracia azteca las prácticas habituales del canibalismo en actos de carácter religioso.

Ya hemos mencionado la existencia del canibalismo ritual como un tipo de ofrenda a los dioses, o a los espíritus, o también como una manera de obtener la sabiduría, la fuerza, el coraje y el valor del guerrero enemigo vencido en combate. Como ejemplo, el principio básico que servía como sostén de la antropofagia guaraní era, según se ha dicho, que una persona va acumulando una cierta energía en el transcurso de toda su existencia, y que esta energía, de algún modo, puede ser usada por otro con el objetivo de poder expandir la conciencia. El fin, el objetivo, vital de los guaraníes era el lograr trascender los límites de la existencia mundana, accediendo así a lo que ellos conocían como la tierra sin mal, un estado vital en donde una persona escapaba a todo tipo de daño e incluso a la muerte, estaríamos hablando de una especie de supresión del nivel físico de la existencia, algo así como una especie de ascensión de cuerpo y alma, por decirlo de algún modo que nos resulte más cercano. En esta tesitura, el acto de consumir la personalidad de una persona además de su cuerpo físico, confería al comensal un cierto incremento de energía, el cual sería imposible de conseguir de otro modo. De esta creencia surge el que los guaraníes no se comieran a cualquiera, tan solo a los mejores o más capacitados. Para ellos el canibalismo era parte de un camino de la perfección o, como ellos lo llaman, aguyé.

En algunos casos se ha utilizado lo aberrante que resulta para la sociedad civilizada esta práctica del canibalismo como un método de propaganda con el fin de justificar ya sea la expulsión, o persecución, de una determinada etnia o grupo religiosos, como fue en el caso de los judíos durante el reinado de los reyes católicos o de los cristianos en los tiempos del imperio romano, o como una vía para justificar la colonización de determinados pueblos o tribus, como fue en el caso de las civilizaciones precolombinas. Esto, al igual que en el caso de los cristianos, facilitó su criminalización y persecución, llegando a crear, como consecuencia de esto, la misión de evangelizarlos, civilizarlos y, al ser considerados inferiores en muchos casos, facilitó el verlos como esclavos y seres inferiores puesto que se les tachaba de inhumanos, ignorando el simple hecho de que su cultura era diferente a la de los colonos europeos.

Vemos como el canibalismo también está sujeto y, por tanto, depende de una determinada cultura, ya sea en base a su prohibición o a una aceptación, tanto social como religiosa del mismo.
Existen teorías al respecto que buscan explicar este canibalismo, entre ellas las de Freud, estas teorías que analizan la interpretación de estos ritos afirman que la el acto de torturar, el sacrificio posterior y el canibalismo final se podrían apreciar como ciertas expresiones de instintos de amor y agresividad, en distintos grados. El canibalismo se ve como la forma fundamental y de las más primitivas dentro de la agresividad humana debido a que supone una especie de compromiso entre el amar a la víctima, lo cual quedaría reflejado en la ingesta de la misma, y matarla, aquí entraría el sentimiento de frustración, es decir, matamos a la víctima y la torturamos porque nos frustra. Este tipo de proceder explicaría por qué las víctimas son tratadas con una enorme amabilidad antes de iniciar su tortura, siendo agasajadas con finas prendas, banquetes, y todo tipo de lujos de forma previa al ritual.

Queda demostrado de este modo cómo nuestros inicios se deben al canibalismo, como nuestro desarrollo espiritual posterior se debe al sacrificio de nuestros semejantes y la gran importancia que el canibalismo, no sólo el ritual pese a ser el foco de este trabajo, ha tenido desde siempre en nuestra existencia y desarrollo como especie. Cómo la supresión y el tabú del mismo se deben a la cultura y a la influencia del pensamiento griego en la misma. Esto explicaría el cómo puede repugnarnos tanto el hecho de ver casos en los que un humano devora a otro, ya sea por el motivo que sea, tan interiorizada tenemos la cultura que forma parte de nuestra naturaleza casi por completo.

Bibliografía:
-Caníbales y Reyes, de Marvin Harris.
-Historia natural del canibalismo, de Manuel Moros Peña.
- https://es.wikipedia.org/wiki/Canibalismo (Consultado el 07/03/2016)

viernes, 18 de marzo de 2016

Temporalitá.

Muchas veces nos hemos preguntado acerca del Tiempo, generalmente las preguntas se refieren a la cantidad del mismo, cosas cómo ¿Cuánto tiempo queda para x? o ¿Cuánto tiempo me queda de x? y, una muy curiosa, ¿Cuánto tiempo me queda/ queda para x? En esta última afirmamos poseer esta temporalidad de la que somos dueños, aquí ya adivinamos, en nuestro hablar cotidiano, sin tener que entrar en graves consideraciones metafísicas, que nuestra temporalidad nos es propia, tan propia como nuestra vida.

 Aquí vemos que tenemos tiempo, nos pertenece un puñado de arena de éste gran reloj en relación al cual vivimos. No vemos el tiempo como tal, pero podemos percibir cómo este pasa y los efectos que tiene, al igual que ocurre con nuestra vida, no podemos verla como tal, no accedemos a ella plenamente –puesto que no estamos plenos hasta que todas nuestras experiencias han finalizado y morimos-, pero sentimos su transcurrir y somos capaces de apreciar sus efectos, todos estos “efectos secundarios de estar vivos”.

Hemos visto que con respecto al Tiempo la pregunta más frecuente es en relación a un cuándo, pero también pueden hacerse otras, la que le sigue en el orden de las más comunes es la del qué. ¿Qué es el tiempo? Aquí afirmamos que el tiempo es algo susceptible de ser algo en cierto modo tangible, dirigimos la pregunta al tiempo-mismo, lo marcamos como objetivo con un qué y lo cosificamos al encadenarlo a este qué. Aquí ya lo estamos tratando como cosa.

 Pero ¿podemos cosificar algo así? ¿por qué cosificamos algo tan inabarcable como el tiempo, o la vida? Es tanto nuestro miedo a algo tan grande que tratamos de contenerlo, de delimitarlo como si de conceptos platónicos se tratare, lo encapsulamos dentro de un perímetro, lo intraeidético, en este caso el tiempo, sería infinito, pero un infinito contenido dentro de un qué, dentro de un algo. La respuesta es sencilla: Nosotros somos el tiempo, el existente es un ser temporal, su vida depende del tiempo mismo, pero a su vez este tiempo también es dependiente de la vida. Se "es" en un lugar, pero cuando se "es" se "es" tiempo. Sin vida no habría tiempo, puesto que no habría seres para medirlo, y sin tiempo no habría vida, ya que no habría una temporalidad en la que esta pudiera suceder. Esta dependencia, como bien podemos apreciar, no es una dependencia jerarquizante que busque ordenar o colocar un concepto sobre otro, se trata más bien de una co-dependencia. Uno precisa del otro y viceversa.

Vayamos más allá, tenemos el cuánto, la cantidad, y también tenemos el qué, la cosa. Por tanto ya podemos jugar y tratar con “cantidades de cosas”, cantidades de tiempos o cantidades de temporalidades, que no es lo mismo. Y ahora ¿dónde es el tiempo? Es decir, ¿precisa éste de un lugar en el que existir como tal?

 Bien, no precisa de un espacio físico en el que poder incidir, como un rayo de sol a través de un cristal, no necesita de una materialidad para ejercerse a sí mismo. El tiempo transcurre de forma contable (¿Cuánto tiempo?) pero no matematizable. Podemos definir las coordenadas x, y, z, pero no podemos definir el tiempo, el tiempo no se encuentra en un ahí físico. En la matemática también vemos como los números se suceden de una forma intemporal, el 2 viene tras el 1 y antes que el 3, pero esto es sólo estructuralmente, no tiene por qué ser temporalmente. El 3 puede darse como resultado de restar 4 a 7 y no necesariamente después de haberse dado el 2. El tiempo no necesita de un espacio en el que proyectarse para definirse.

Cuánto, qué y dónde. ¿Cómo es, entones, el tiempo? Podemos intuir un interrogante por el cómo este se nos da o cómo este se nos aparece, es decir, diferenciando entre el modo de darse del mismo o la apariencia de éste. La última podemos descartarla, puesto que el tiempo no es un ente material, puede ser cosificado como idea, pero no materialmente.

 Sólo podemos preguntarnos por cómo este tiempo se nos da, esto ya es algo propio de cada individuo como ya ha quedado claro que cada individuo es temporalidad, una temporalidad tan propia como su vida, igual que la respuesta por el cómo se nos da la vida, el cómo del darse del tiempo se responde sólo con la subjetividad, no es algo objetivable. Cuando estoy esperando el metro esta espera puede hacérseme eterna y, debido a factores externos como cansancio, hambre, frío, etcétera, esta espera puede antojárseme mayor. Quizás haya pasado el mismo tiempo, o menos, que cuando me estuve divirtiendo antes de tomarlo, probablemente haya pasado muchísimo tiempo menos, pero esta espera se me hace mucho más pesada que cuando estaba, no esperando al tiempo, sino viviéndolo. Vemos que el tiempo es algo que está proyectándose constantemente hacia el futuro y puede apreciarse volviendo la vista atrás, hacia el pasado, pero por desgracia el presente no es muy vívido. Esto es debido a nuestra preocupación por vivir en relación a una proyección, vivimos eyectados, arrojados hacia la temporalidad, vivimos marcándonos metas en relación a este futuro que se nos antoja más o menos lejano, no sólo debido a que las manecillas del reloj deban dar más o menos vueltas para alcanzar el día deseado, sino en relación a las ganas, a la impaciencia, porque ese día llegue.

Hagamos inventario de lo que hemos tratado ya, en primer lugar fue el cuánto, después el qué, luego el dónde y ahora el cómo. Podría parecer que nuestro análisis ha concluido, pero nos falta algo quizás tan retorcido que podría pasar por alto en un análisis no demasiado minucioso de nuestro ya mencionado inventario de interrogantes. Así es, nos falta quizás una de las más decisivas de todas las preguntas sobre el tiempo ¿Cuándo es el tiempo? Vaya, puede dejarnos descolocados el tratar de acceder a lo que es la temporalidad desde la misma temporalidad, formulando el cuándo, que ya es por sí dependiente de un tiempo, para acceder a ese tiempo.

 Nos encontramos en arenas movedizas, podemos decir que el tiempo no precisa de un cuándo para ser tiempo, ya que es él mismo quien se da esa temporalidad y, por ende, no es necesaria una inter-intemporalidad entre el tiempo y la existencia, no se precisa de una segunda temporalitá catalizadora que permita el correcto discurrir del tiempo, como un agente engrasante en los engranajes de un reloj. Hemos asociado el tiempo a la vida, pero existe una salvedad entre lo que es nuestra vida y lo que es la temporalidad, nuestra vida es finita, tiene su inicio y su final, nuestra temporalidad también lo es, nacemos y más tarde o más temprano morimos, lo nuestro es finito, el tiempo mismo no lo es, la vida misma no lo es. Cuando no estemos aquí nuestro tiempo y nuestra vida habrán tocado a su fin, aquí podemos preguntarnos por cuándo vivimos, entonces podemos responderlo: aquí. No podemos responder a ¿cuándo es el tiempo? Porque el tiempo es siempre.

Cuando preguntamos por el tiempo preguntamos por nosotros mismos, preguntamos cuánto nos queda, nos queda de nuestro tiempo, nos preguntamos por qué es, qué es nuestro tiempo, también nos interrogamos acerca de dónde es el tiempo, si es posicionable o no, acto seguido nos hemos inquirido por cómo es este tiempo, tiempo nuestro, por supuesto, y, finalmente, la pregunta ha sido ¿cuándo es el tiempo? Tenemos, pues, que distinguir lo que es nuestra existencia, nuestra vida, es decir, nuestro tiempo de lo que es el tiempo mismo, la vida misma, es decir, la existencia misma.


 A modo de reflexión final podemos deducir que el tiempo mismo es inaccesible, pero es inaccesible porque no se encuentra en ningún lugar al que seamos capaces de acceder, el tiempo no "está ahí", es siempre una proyección hacia el futuro que pasa a ser un abandono en el pasado. Proyectamos tanto nuestra vida y miramos tanto la vida que dejamos atrás que no vivimos la que ahora tenemos. 
Podemos aspirar, por otra parte, a acceder al tiempo que nos pertenece, a nuestro tiempo, nuestra vida. Podemos vivir en lugar de proyectar esta vida, debemos ser en cuanto a acto en lugar de en cuanto a potencia, abandonamos el presente en pos del futuro y lo descuidamos al lamentarnos por lo pasado.

miércoles, 24 de febrero de 2016

El capitalismo vitalista y su visión desde una perspectiva de muerte en Martin Heidegger.

Como bien hemos visto en clase existe una concepción en la filosofía de Martin Heidegger del negocio, este negocio se refiere a las ciencias formales – la física, la biología, las matemáticas, etc.- ¿Por qué llamarlas el negocio? Bien, lo que buscan estas cosas es, al contrario que cualquier filosofía que se precie, es el acceso al qué de las cosas, una cosificación de todo lo que se nos da, tanto de las cosas y cómo se nos presentan como de sus posibles aplicaciones, al mercado por supuesto. Este negocio persigue la materialidad más absoluta, lo más “práctico”, sí, pero este pragmatismo es completamente material y está orientado al consumismo y, en resumen, a fomentar este sistema capitalista que nos arrastra consigo.

Bien, mencioné, hace unas pocas líneas, el pragmatismo, lo práctico. ¿A qué me refiero con esto? Es evidente, esta visión que nos han impuesto desde siempre (perteneciente a lo ya-interpretado y a nuestra doxa particular en forma de prejuicios) de buscar lo rentable, esta forma de pensar es la que busca anular el pensamiento filosófico de la enseñanza, busca fomentar las ciencias formales que pueden dar unos frutos técnicos, visibles y a los que puede sacársele rentabilidad económica. Básicamente es el sistema en el que vivimos, un sistema que presume de racionalidad, pero como se dice en Fausto, de Goethe, “el ser humano utiliza la razón para ser más bestial que toda bestia”, que podamos ser racionales no implica que lo seamos siempre (y a veces no lo somos nunca) pero aun así presumimos de ello y alegamos que es inherente a nuestra condición humana.

Esta racionalidad de la que presumimos y hacemos ondear como el estandarte de la humanidad es la responsable de las guerras, el hambre, la pobreza, el capital, la corrupción… Como vemos no somos tan racionales después de todo o, igual, tenemos otro concepto de “razón” distinto que no estamos dispuestos a admitir, quizás sea más humano el ser inhumano.

Retomemos el hilo inicial del discurso, se mencionó en la última conferencia de La filosofía como terapia en la sociedad actual algo a cerca de la visión del carpe diem y el  memento mori y cómo esta visión, en apariencia vitalista y jovial que parecen un auténtico grito de “¡Sí a la vida! no son más que constructos ideados para hacer más llevadera la existencia en base a un horizonte vitalista y vacío, un horizonte que implica una perspectiva de consumo exacerbado, una vorágine de capitalismo pura y dura. ¿Qué cómo es esto posible? Bien, si el negocio, y aquí no me quedo en las ciencias formales sino que incluyo toda visión ya impuesta, tanto filosófica como religiosa o moral, “vende” la finitud de la vida, pero de una vida vacía y abierta a todo, “vende” también un cierto cómo, este cómo no es otro que el cómo llenarla.

Me explico, si tomamos como horizonte la vida estamos tomando una perspectiva que implica un absoluto vacío, la vida nunca está llena del todo hasta que el existente –por utilizar un lenguaje más heideggeriano- toca a su fin y abraza la muerte. Tomando esta perspectiva vitalista que le interesa al capitalismo trataremos de llenar nuestra vida consumiendo constantemente, como monstruos megalómanos ansiosos de acaparar constantemente más y más, pensando que este afán acumulativo nos traerá la felicidad, cuando lo único que hace es seguir engrasando los mecanismos del sistema capitalista, del negocio, que no para de retroalimentarse y auto-perpetuarse gracias a la esfera de lo impropio, de lo ya-establecido, en la que se hunden las raíces de nuestra educación y tradición. Es, en realidad, una condición inherente al Dasein el sentirse vacío, pero esto no es malo, al contrario, implica que el existente es un ser abierto, de sentirse repleto y lleno se cerraría en sí mismo y no buscaría acceder a nada ni el ir más allá de lo que se le da. El único modo de abrazarse a sí mismo, de encontrarse y conocerse, es transitorio y sólo puede conseguirse aceptando nuestra propia existencia, esto es, aceptando nuestra finitud.

Sería menos patológico aceptar un horizonte de muerte en el que proyectar nuestra vida, por muy contradictorio que esto pueda sonar, uno no debe temer a la muerte o comportarse como si esta nunca le fuera a sobrevenir, esto es un error. Aquel que acumula riquezas sin fin, espoleado por el sistema capitalista, es aquel que niega la finitud de su vida, que se cree una especie de deidad inmortal y trascendente. Debemos proyectar nuestra vida sobre el horizonte de la muerte puesto que esta, al contrario que la vida, está completa y no cabe en ella más que una total certeza de que terminará llegando, no se la debe temer, esto es lo que le interesa al negocio, a la medicina, a la farmacología, la necesidad de prolongar la vida hasta límites absurdos aunque esta vida prolongada no pueda llamarse vida, propiamente, como en el caso del paciente que está en coma, conectado a una máquina y sin ninguna posibilidad de volver en sí. Esta perspectiva engañosa y vitalista tan sólo busca su interés particular, busca alimentarse de la agonía, que comporta el estar vivo, de los existentes que participan en ella.

Nos encontramos como esta perspectiva de vida no es más que un parásito, una especie de vampiro, que se alimenta de las esperanzas vanas del ser humano por llenar su vida, cuando estamos, en cierto modo, condenados al vacío. Esto nos aterra, nos damos miedo a nosotros mismos, por esto mismo llevamos “máscaras” forjadas a base de ideas preconcebidas, prejuicios, ya impuestas por nuestra sociedad.

“El Dasein habla de sí mismo, se ve a sí mismo de tal y tal modo, y, sin embargo, eso es sólo una máscara con la que el Dasein se cubre para no espantarse de sí mismo. Prevención de la angustia.”[1]

“¡Piensa por ti mismo!” “Debes creer en ti mismo.”  Una y otra vez este añadido del “ti mismo” se repite en nuestro día a día, forma parte por completo de nuestra forma de hablar y expresarnos. El lema de la ilustración: Sapere aude, atrévete a saber, a conocer, por ti mismo, también poseía esta carga.

Podemos preguntarnos: ¿Dónde reside ese en-mí-mismo? ¿Qué es exactamente ese “yo”?
Sería absurdo plantearse la existencia de ese yo-mismo si contemplamos que no somos más que el mero resultado de nuestras circunstancias, tanto sociales como económicas e, incluso, biológicas. Sin duda podríamos quedarnos con esto y desechar al yo-mismo, quedando esto como una mera expresión. En este caso a la pregunta sobre la residencia de este ser-en-sí-mismo quedaría zanjada con un: No reside, directamente no existe siquiera.

¿Estamos, pues, huecos en cierto modo? ¿Qué es lo que nos hace realmente especiales y únicos como individuos? Existe, por supuesto, una respuesta de carácter científico a esta última pregunta: la genética. Cada uno de nosotros posee un código genético único para sí, un código irrepetible, sí, que viene condicionado por la herencia. Es este auge científico que venimos “sufriendo” el responsable de la pérdida de este “yo mismo”, se han perdido las esencias, todo ha quedado reducido a la materia. No somos más que reacciones químicas, físicas, movimiento de fluidos, impulsos eléctricos… El ser humano ha quedado como una máquina, a un amasijo de huesos, tendones y músculos sin un fin determinado más que moverse, desde el momento de su nacimiento, hasta la muerte.

Se han perdido todas las esencias, si es que existieron alguna vez, las cosas son meras apariencias medibles, cuantificables y que se corresponden con cálculos y fórmulas de carácter matemático empíricamente demostrables. Hemos quedado reducidos al número. Podemos ser perfectamente predichos, somos manipulables en forma de número, hemos perdido toda individualidad. Antes era la Ciencia quien nos arrancaba la parte espiritual y, ahora, la sociedad nos arranca la parte material, nos saca los huesos, nos arranca las vísceras y nos despoja de todo nuestro interior, nos reduce a máscaras de piel huecas y, con ello, al número. Uno ya no es un ser completo, ha perdido su “sí mismo”, después de eso tampoco es una máquina completa, puesto que ha perdido su “corporeidad” en favor del número.

En cierto modo hemos pasado por una transición del “yo mismo” al “nosotros mismos”, puesto que al ser parte del número somos parte, con ello, de la sociedad. Uno ya no se pertenece a sí mismo, ahora es compartido por el resto de individuos y este, a su vez, comparte a los demás individuos.

En suma: Partimos de un individuo completo, un ser que consta de espiritualidad (que no espíritu) y materia, esta espiritualidad se verá pulverizada por el auge de las ciencias y del racionalismo pasando a quedar sólo la materia. Finalmente los tiempos modernos harán que esta materialidad se pierda, casi a la par que la espiritualidad, pasando a ser este individuo un número más, perfectamente cuantificable, medible, sopesable, predecible y manipulable.

Hablábamos antes del individuo hueco, vacío, ahora nos encontramos con seres hechos de vacío, de nada. Ya no estamos ante el vacío, enorme, inabarcable, inenarrable y aterrador, no nos encontramos ante esa inmensa vastedad inefable, ahora somos parte de ella. ¿Cómo puede uno salir de esta situación? ¿Cómo podemos volver a corporeizarnos, a estar completos? Buscando en nuestro interior los restos del “yo mismo”, juntando los pedazos que la sociedad y el racionalismo no hayan pulverizado y tratar de reunirlos de nuevo lo mejor posible. Por el contrario también podemos recrearnos en la vastedad de este vacío, nadar en él desprovistos de esencia y sustancia, disfrutar de esta ligereza que uno siente cuando pierde todo rastro de sí mismo.  
Tenemos que realizar un esfuerzo y obviar el qué, tenemos que buscar la forma de acceder al cómo de las cosas, no podemos suspender estas en el aire y desechar toda relación que tienen con lo que les rodea, sólo alcanzando el cómo de las cosas que nos rodean podremos alcanzarnos a nosotros mismos, temporal y transitoriamente, siempre así.

No debemos temer este vacío interior, no debemos temer la angustia, tener miedo de esto es como si temiéramos respirar o el latir de nuestro corazón, no podemos despojarnos de esto hasta que la muerte lo haga por nosotros, es parte de nuestra condición como existentes. Al contrario, tenemos que aceptar esto y así, y sólo así, podremos sentirnos completos durante un momento, breve, pero al fin y al cabo merece la pena alcanzar a rozarse a uno mismo con la punta de los dedos.
Lo que sí está claro es que hemos anulado el valor que tienen las cosas por sí mismas y lo hemos sustituido por un valor económico, toda la realidad es una farsa, no es más que el resultado de valores aceptados por convenio social y enseñados, a golpe de dogmas y “verdades” o “empirismos”, con el fin de domesticarnos y volvernos dóciles, con el fin de contribuir a la enajenación del individuo, a esta alienación que la sociedad nos impone desde nuestro nacimiento, ya no sólo en el ámbito del trabajo. El propio sistema, como si de un ente vivo se tratase, trata de evitar el extrañamiento de los individuos que lo conforman para mantenerse así en el tiempo. Es curioso como estos constructos, diseñados y hechos por el ser humano, sean quienes sostienen las riendas de la humanidad.
Todo lo que conforma la realidad no es más que oropel que trata de imitar el verdadero valor de las cosas, pero olvidamos que lo realmente valioso no es el valor que la sociedad impone a las cosas, lo verdaderamente importante es el valor que cada uno le da a las cosas por sí mismo. Cada existente está abierto de suyo y cada uno debe decidir con qué va llenando su vida, esta tarea nos corresponde a cada uno y no podemos dejar que el sistema sea quien nos moldea a su antojo como si fuésemos sus peones en una eterna partida de ajedrez.



[1] Heidegger, M. – Ontología. Hermenéutica de la facticidad.  Ed. 1987 p. 52-53